Chico problema
Adelanto de "Y líbranos del mal" Por Santiago Roncagliolo
El director enumeró las fechorías y faltas de ese chico, incluyendo dos robos de relojes de sus compañeros en los vestuarios durante Educación Física; un plato del comedor arrojado como un frisbee en el patio, y una pelea a la salida que había dejado a un chico de tercero con la nariz sangrante. Este era Sebastián en realidad. Este era durante el día. Ante el prontuario de su hijo, Tita temió lo peor. A lo mejor, Sebastián no se estaba convirtiendo en ella. Se estaba convirtiendo en su padre. Y de solo pensarlo, las lágrimas quisieron estallarle en los ojos.
-Está usted bien? -preguntó Gaspar, a pesar de que ella intentó disimular la emoción tragando saliva, bajando la mirada, retirando el agua salada de sus comisuras justo antes de que le arrasasen el maquillaje.
-Sí, perfectamente.
-Sebastián, ¿puedes dejarnos solos un momento?
Como muchos adolescentes, Sebastián estaba tan obsesionado consigo mismo que ni siquiera notó el estado de nervios de su madre. Gaspar entendió que esa mujer encerraba una profunda batalla interior, pero que exteriorizarla ahí, frente a su hijo, la haría ver débil. Y Sebastián olfateaba la flaqueza con demasiada facilidad.
-¿Puedo comprarme una gaseosa?
-Cómprate lo que quieras -respondió Tita, ofreciéndole un billete sin mirarlo a la cara, esperando que desapareciese del despacho de una vez.
Lo que ocurrió a continuación entre Tita y Gaspar, bajo la mirada piadosa de Santo Tomás de Aquino, estuvo amparado por el secreto de confesión. Aun así, pasados ya casi cuarenta años, y considerando todos los pecados mortales que vendrían después, el viejo Gaspar accedió a contármelo aquella noche, en el comedor de su residencia para curas jubilados, mientras los ojos insistentes de sus colegas -algunos con presbicia, otros con cataratas -se posaban sobre nosotros desde la puerta.
Tita se derrumbó, básicamente. No había hablado con nadie de lo que ocurría en su familia. Incluso con sus mejores amigas apenas lo había insinuado, porque esas vergüenzas, indignas de casas decentes, nunca se pronunciaban con todas sus letras. Así que, ahora, en el despacho del director, ante el oído confiable de un representante de Dios, dejó explotar el dique. Y del dique brotó la frustración de su padre, la violencia de su exesposo, el descontrol de su hijo y su propio fracaso como esposa, trabajadora y madre. El dolor y la rabia salieron de su boca como dientes arrancados. Y, al fin, el director del colegio, que sospechaba que la furia adolescente siempre esconde sufrimientos reprimidos, comprendió exactamente a qué se enfrentaba.
Cuando terminó de llorar y hablar, Tita se sentía seca por dentro.
"Y líbranos
del mal"
Santiago Roncagliolo
Seix Barral
400 páginas
$19 mil