En épocas tan grisáceas como las que está viviendo el país, atravesado por una crisis económica y de seguridad, y Puerto Montt, cuya zona céntrica no ha logrado sacudirse en plenitud del feísmo en que se sumió después del estallido de 2019, la apertura parcial del esperado Parque Costanera constituye una gran noticia para la población local, que hace rato venía demandando nuevos espacios públicos para la vida en comunidad. Aunque recién mañana lunes se hará la apertura oficial de parte del parque, bastó que el jueves pasado se retiraran las mallas raschel que impedían transitar por él para que los puertomontinos se volcaran en masa a recorrer el borde costero, bajo un magnífico sol y disfrutando de una vista por largos meses obstaculizada por las obras, aunque ahora en un entorno espacioso, limpio y bien diseñado para su goce.

La comunidad ha respondido, paseando, conversando, mirando y hasta cuidando el nuevo espacio público, que ahora le pertenece a todos y que como tal, merece la mayor de las preocupaciones de parte de la autoridad y de los propios peatones. Pasado el entusiasmo inicial por conocerlo y recorrerlo, vendrá la prueba de fuego, la de mantenerlo tal como está y que no se someta al proceso de degradación que se observa en tantos lugares del sector céntrico.

La autoridad tendrá un rol fundamental en propender a su protección. El Parque Costanera es un espacio público y no de un grupo particular, que es lo que lamentablemente ocurrió en la explanada al costado del Mall Paseo Costanera, hace años tomada para el ejercicio del comercio ambulante en una carpa blanca y que ya debería haberse retirado el 31 de diciembre pasado, una vez que expiraron los permisos para los comerciantes informales.

Tanto en lo que concierne al Parque Costanera como a la explanada se requieren señales claras y no oportunistas de parte de las autoridades, algunas de las cuales, en lo que respecta a la carpa blanca, han preferido hacerse eco de los grupos de presión y olvidar que ellos recibieron un mandato de los votantes para que se hagan cargo de la ciudad. Y en esto, la recuperación de los espacios públicos es, hoy por hoy, una demanda transversal y urgente de parte de la comunidad. Ojalá no equivoquen el camino.

Chile es un país extraordinario. Único. Incluso podríamos afirmar que hoy es expresión pura de una suerte de "realismo mágico", donde la fantasía y la realidad se entremezclan impúdicamente, llegando a niveles irracionalmente absurdos que, sin embrago, son digeridos por un pueblo que parece estar durmiendo la siesta.

En este escenario las virtudes criollas se han visto exacerbadas al máximo, entre ellas, la solidaridad nacional, esa suerte de redención emocional que tenemos la oportunidad de experimentar cada cierto tiempo gracias a desastres naturales y tragedias provocadas por la estupidez humana, ambas tan prolíficas en nuestro amado país.

Esto sucede, precisamente, con los recientes indultos. ¿Quién podría criticar una decisión ideológicamente tan "misericordiosa" del Presidente de la República para "privilegiar" a delincuentes en medio de la peor crisis de seguridad pública de la historia?

Para poder hacer el gesto de generosidad, la máxima autoridad decidió aplicar con vigor la misma Constitución que tan poco valora y que en gran medida sigue vigente pese a él. Lo curioso es que pasó por alto otra norma de la misma Carta, como el artículo 24, que establece su responsabilidad primaria en la conservación del orden público en el interior.

Pero lo más notable, en todo caso, fue la justificación posterior. Un caso de manual del aforismo: "La explicación agrava la falta". Sostener que el perdón se basa en su personal convicción sobre la apreciación de la prueba e irregularidades en un juicio en el que no estuvo presente y en su íntima convicción sobre la inocencia o culpabilidad, sin duda equivale a ejercer -o haber entendido que ejercía- facultades jurisdiccionales, claro está, bajo el pseudónimo de indulto. No sería extraño que en el futuro sea la máxima autoridad quien conozca y resuelva los recursos de apelación y nulidad.

La justicia, entonces, pasó en un parpadear a descansar en manos del Presidente y ya no en un tribunal independiente e imparcial. Así se va terminando con esas ideas poco progresistas como el principio democrático de separación de poderes y Estado de Derecho.

Es que esta larga y angosta faja de tierra parece haberse convertido en el telón de fondo de un libro de García Márquez. Todo es posible. Nada sorprende. Nadie responde por nada.

Son tiempos de realismo mágico. El único problema es que quienes vivimos en el Chile real ya no creemos ni queremos más fantasías. ¿O es que quizás estamos viviendo en Macondo y no nos habíamos dado cuenta?

Marcos Emilfork, ex fiscal regional.

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