Colono de frontera
"Tras la paletada nadie dijo nada, nadie dijo nada". Carlos Pezoa Véliz habría escrito esa frase en nuestros días, luego de la muerte de Héctor Sepúlveda Cárdenas, un viejo colono de frontera al que Chile debía mucho y que jamás recibió nada. Hace un par de días fue sepultado en Villa O'Higgins, con mas pena que gloria. Don Héctor, a quien los pobladores fronterizos con Argentina apodaban "Lindo, Lindo" fue uno de esos patriotas verdaderos que escasean en estos tiempos.
En 1965 vivía en Laguna del Desierto, cuando esos territorios eran todavía considerados chilenos. Su familia tenía ahí 11 mil hectáreas de tierras. Era la razón por la que cada vez que llegaba una patrulla de Carabineros a esos sitios, Héctor acompañaba a los uniformados en sus incursiones a pie o a caballo, por los extensos bosques y montañas que el conocía como la palma de su mano, desde pequeño.
Tras la muerte del teniente de Carabineros Hernán Merino Correa a manos de un batallón de gendarmes, en 1965, y después de pasar toda la zona de Laguna del Desierto a poder argentino, Héctor Sepúlveda, pudo quedarse en el vecino país, en sus tierras, pero tenía que renunciar a la nacionalidad chilena y hacerse ciudadano del vecino país. Se negó. Prefirió perderlo todo y volver a Chile con lo puesto. Las autoridades de la época, luego de invitarlo al Palacio de La Moneda y de rendirle homenajes, le prometieron recompensarlo y darle aquí algunas tierras para seguir viviendo en la frontera. Eso no ocurrió jamás.
Y Héctor Sepúlveda Cárdenas, "Lindo Lindo", vivió de allegado, casi miserablemente, durante todo el resto de sus días, hasta los 87 años. Nunca el Estado de Chile le entregó siquiera una hectárea de terreno, pese a que su historia era más que conocida en Villa O'Higgins y que era también representada por mi persona a las autoridades en diversas épocas. El único que le tendió la mano para hacer un gesto de mínima justicia, fue el ex alcalde de Villa O'Higgins Roberto Recabal, quien consiguió una pensión de gracia para hacer más llevaderos sus últimos días. No hacía mucho, después de 57 años del abandono forzado de sus tierras, Héctor Sepúlveda volvió a Laguna del Desierto, al sitio exacto donde creció y vivió. Lo acompañamos con Roberto Recabal, con el camarógrafo aysenino Carlos Aguilar y con el último sobreviviente de la patrulla del teniente Merino, Washington Soto Vera.
Bosques cordilleranos
En dos días cruzamos a caballo los bosques cordilleranos hasta llegar a los restos de la vivienda, fogones y bodegas que les fueron propios.
En el mismo lugar está sepultada su madre, la chilota Sara Cárdenas Torres. Era primera vez que visitaba la tumba porque nunca había regresado a sus pagos en más de medio siglo. Fuimos testigos de su emoción, de sus lágrimas y del dolor de reencontrarse con todo aquello que le fuera tan querido. Fue también la despedida definitiva. Ahora partió de este mundo, como tantos colonos de frontera, olvidados, ignorados por la autoridad central, pese a que con su sola presencia, pero con enorme sacrificio personal, aseguran ahí nuestra soberanía.
Héctor Sepúlveda Cárdenas, "Lindo Lindo", es lamentablemente un ejemplo de esa indolencia. Perdió 11 mil hectáreas a causa del conflicto limítrofe, casi toda Laguna del Desierto era de su familia. Al quedarse con las manos vacías en Chile, nunca recibió nada. Y en el cementerio, a la hora de su entierro y despedida, tras la última palada, salvo sus cercanos, ninguna autoridad nacional "dijo nada, nadie dijo nada".
"Héctor Sepúlveda Cárdenas, 'Lindo Lindo', vivió de allegado, casi miserablemente, durante todo el resto de sus días, hasta los 87 años"