La cancelación del sacrílego
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Benito Mussolini logró llegar al Parlamento junto con otros 37 fascistas en 1921. Eran una minoría absoluta en un Parlamento de 535 miembros, pero en medio de una crisis parlamentaria, le propuso al primer ministro Luigi Facta que se le permitiera entrar a uno con algunos ministros. Facta, naturalmente, lo rechazó. Mussolini presionó entonces con una "Marcha sobre Roma" en octubre de 1922. Facta reaccionó tardíamente ante esa amenaza y el Rey Vittorio Emanuele III se abstuvo de decretar el estado de sitio que la habría impedido.
Facta renunció y el Rey, luego de buscar infructuosamente alguna fórmula para formar gobierno, el 30 de octubre le pidió a Mussolini que formara uno. En el nuevo gobierno solo eran fascistas. Él, como primer ministro, y los ministros de Interior y Asuntos Exteriores, pero la situación duró poco porque, luego de convencer al Rey de disolver el Parlamento, una nueva elección en abril de 1924 le dio la mayoría absoluta de 375 diputados entre fascistas y aliados.
Con esa mayoría, en 1926 se declararon disueltos todos los partidos menos el Nacional Fascista y se estableció que toda la prensa podía estar sujeta a censura. Se aprobaron leyes de represión policial y un Tribunal especial para la seguridad del Estado. En 1928 el Gran Consejo Fascista, órgano superior de dirección del partido fascista, se convirtió en el órgano superior del gobierno. El mismo año 1928 se aprobó la reducción del número de diputados a cuatrocientos, los que serían elegidos de las candidaturas propuestas por la confederación nacional de los sindicatos fascistas y las asociaciones culturales habilitadas por el régimen. Así, una dictadura quedó constituida institucionalmente.
El proceso de ascenso al poder absoluto de Adolfo Hitler, años más tarde, fue prácticamente una copia del de Mussolini. Desde una mayoría parlamentaria alcanzada con algunos partidos aliados, el nacional socialismo logró dar pasos sucesivos hasta consagrarse como una dictadura total constituida institucionalmente. Dos casos en que quienes tenían la convicción de ser portadores de una verdad absoluta, lograron alcanzar el poder que les permitió llevar a la práctica sus ideas utilizando los medios que les entregaban las instituciones de un Estado democrático.
Otras organizaciones políticas, portadoras como las anteriores de la fe en una verdad absoluta, han logrado hacerse del poder pasando por encima de las instituciones democráticas: mediante la toma militar de la sede del poder, como los bolcheviques guiados por Lenin o de la insurgencia armada en la forma de una guerrilla rural, como en el caso de quienes seguían a Fidel Castro, aunque en este segundo caso el líder reveló su verdadera fe sólo una vez que tuvo ese poder firmemente asido en sus manos.
Lo que han tenido en común estos episodios es que la vía para alcanzar el poder fue irrelevante para lo que siguió, que era la desaparición de quienes podían tener una idea diferente. Y no podía ser de otra manera: si la verdad es absoluta, cualquier otra verdad convertida en acción política no sólo constituye un peligro político sino algo mucho más grave: es un sacrilegio, es la expresión de una voluntad perversa que quiere eliminar la "verdad" y que, en consecuencia, debe ser a su vez eliminada, debe ser "cancelada" antes de que logre ese perverso propósito.
Fenómeno
El fenómeno resulta escalofriante cuando se constata su posibilidad a lo largo de la historia, pero es algo más, es aterrador cuando lo constatamos entre nosotros, en nuestro país, hoy en día. Porque eso es lo que ha ocurrido con Sergio Micco, hasta hace poco director del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Micco, que fue un destacado luchador por los derechos humanos durante la dictadura, fue rechazado violentamente por quienes pensaban diferente de él con relación a la interpretación de algunos de esos derechos. Fue objeto de violentas funas, debió soportar dos meses de huelgas de los dos sindicatos de la entidad que, digitados por sus adversarios exigían su salida y, luego, la toma de su sede durante seis meses, lo que lo obligó, en medio del estallido social, a funcionar en locales prestados. Y todo porque quienes tenían ideas diferentes no aceptaban el diálogo como vía de llegar a acuerdos. Porque no aceptaban que un "sacrílego" como Micco pudiera siquiera pensar que en Chile no había presos políticos o que, admitiendo que durante el estallido social hubo violaciones a los derechos humanos que él mismo constató, éstas no fueran "sistemáticas" lo que le habría dado un sesgo político antigubernamental del todo ajeno al objetivo del Instituto. Todo culminó cuando, faltando 11 días para que concluyera su mandato como director, esos opositores, por vías institucionales, obtuvieron lo que creyeron era una mayoría suficiente en el Consejo de la institución para exigir su renuncia. La presencia del "sacrílego" no podía ser aceptada ni siquiera esos 11 días; quien pensaba diferente debía ser cancelado, desaparecer en el acto. Ser humillado con la expulsión. Se equivocaron esos portadores de la verdad absoluta: las recientes designaciones en el Consejo no alcanzaban la mayoría necesaria para destituirlo, pero Micco, atendiendo al hecho de que sí había una mayoría que le resultaba adversa, decidió renunciar a objeto que su presencia no obstaculizara las relaciones con el gobierno.
La política de la cancelación ya está entre nosotros.
Quienes piensan diferente ya no sólo son acusados de "xenófobos", "racistas", "fascistas" (que paradoja), "homófobos", "machistas", "enemigos de la naturaleza" o alguna otra de esa larga lista de denuestos a la que, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando.
Ahora también se persigue y se elimina de las instituciones públicas, se "cancela", a quien piensa diferente.
¿Qué podemos esperar del futuro de seguir las cosas así?: para nuestro pesar, la respuesta está en la historia de esos regímenes totalitarios que, por las buenas o por las malas, alcanzaron el poder.
"Quienes piensan diferente ya no sólo son acusados de "xenófobos", "racistas", "fascistas" (que paradoja), "homófobos", "machistas", "enemigos de la naturaleza" o alguna otra de esa larga lista de denuestos a la que, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando"