Democracia y soberanía popular
Después de una campaña que tuvo sus luces y sombras, es la hora del poder intransferible del voto ciudadano. Tal cual sucedió en el país, en el plano local también hubo muestras de una campaña que algunos usaron para intereses espúreos.
Con la segunda jornada de elecciones que se vivirá hoy en Los Lagos y en todo el país, estará culminando una inédita votación de alcance nacional, tanto por la forma (dos días) como por sus alcances: por primera vez, las regiones elegirán a su primera autoridad mediante el sufragio personal, por sobre las designaciones del nivel central; y por otra, la ciudadanía nominará a sus cartas para discutir y acordar una nueva Constitución para Chile, luego del plebiscito de entrada del año pasado. Además, se está resolviendo a los alcaldes de las comunas (varios van a la reelección) y a los concejales, cuyo rol, en el plano local, ha estado en el debate en el último tiempo, producto del cumplimiento o no de las tareas fiscalizadoras de los actos municipales que deberían llevar adelante.
Después de semanas de campaña electoral, desde ayer es la hora del voto libre, secreto e informado, mediante el cual la población está definiendo a quiénes les delega la soberanía popular. En el camino nacional, regional y local, se desplegó previamente una campaña política que tuvo aciertos y desaciertos, luces y sombras, con postulantes que prometían transformaciones que están claramente fuera de su alcance, algunos que recurrieron a campañas sucias, otros que intentaron demonizar el rol fiscalizador de la prensa acusando malévolos e inacabables planes oscuros, y unos pocos que prefieren presentar teorías conspirativas cuando se acaban los argumentos.
Cuando esta noche se entreguen los resultados, será la hora de que cada uno de los ganadores se aboque desde ya a lo que anunció en la campaña, ya sea en el plano constituyente, el del gobierno regional o el comunal, asumiendo que sus asientos no son eternos y que el poder que tienen no deviene de un ente etéreo, sino de una ciudadanía a la cual le deben estar constantemente rindiendo cuentas, por más complejos que sean los temas. Es la democracia tal como se le conoce, no un régimen monárquico o absolutista donde el gobernante hace lo que le dé la gana y acumula poder sólo para disfrutar de él y repartir prebendas en sus círculos cercanos.