PRIMER ACTO: Miles y miles de chilenos (entre ellos, Míster Cañete) con las gargantas apretadas y los ojos brillantes, miran sus relojes y salen a sus puertas a aplaudir a los funcionarios de la salud, pues -lo dicen en voz alta- ellos se han convertido en los héroes de la lucha contra esta pandemia. La salud pública de Chile - la mejor del planeta- no puede estar en mejores manos, con estos médicos, estas enfermeras, todo el personal paramédico y administrativo y esa vocación a prueba de sueldos mínimos y de contagios máximos, que llena el corazón de orgullo y, genuinamente, emociona.
SEGUNDO ACTO: Se multiplican los casos (Míster Cañete, entre ellos) en que vecinos de médicos, de enfermeras, de personal paramédico y administrativo, les piden desaparecer, esconderse, irse de allí, no contagiarlos, pues ellos serían focos infecciosos ambulantes. Se incluye luego a voluntarios de la Cruz Roja y otros que circulan en el entorno de posibles, probables o seguros portadores de la pandemia. En la folclórica ciudad de Puerto Varas (la misma que se armó hasta los dientes para recibir en octubre una invasión alienígena desde Puerto Montt), se advierte a través de carteles a los funcionarios de la salud, que no deben estacionar sus automóviles cerca de las casas cercanas a una clínica, porque los residentes de esas casas (Míster Cañete incluido), se oponen a los deleznables contagiantes que trabajan en la salud.
TERCER ACTO: Mucha gente se enferma (entre ellos, Míster Cañete). Lo trasladan -por propia decisión- a un centro hospitalario lejos de su casa, para que nadie se entere de su contagio. Él delira pensando en que tal vez se lo estén llevando en carretilla a una clínica veterinaria. Recobra brevemente la lucidez y le pregunta al paramédico, qué son esos impactos que se perciben, muy violentos, contra la ambulancia que vuela rumbo al hospital. El paramédico le contesta que son personas apedreando las ambulancias. ¿Por qué?, pregunta Míster Cañete. "Es que nos acusan de andar contagiando", le responde el paramédico, mientras acomoda mejor la cámara de oxígeno, para que Míster Cañete pueda seguir respirando.
Jorge Loncón, escritor