Llegó marzo, tiempo marcado por el ingreso a clases de nuestros escolares. Las calles de nuestras sureñas ciudades se vuelven muchas veces intransitables y las tonalidades de los uniformes se toman el paisaje urbano.
Cada vez más es común encontrar una diversidad de proyectos educativos que buscan dar una impronta y aportar a la sociedad, sobre todo aquellos de larga tradición o los que atienden a una población vulnerable que lucha con la deserción y otras vicisitudes sociales. Sumado a lo anterior, se constata que cada vez es más compleja la labor de educar, porque no es simplemente pasar o aprobar materias, conlleva la acción formativa de los estudiantes.
Considerando nuestra realidad educativa, resulta del todo reprochable el daño que se ha provocado durante el verano a la Escuela Cayenel, que en primer lugar fue saqueada para luego ser quemada. No nos puede dejar indiferentes estos actos deleznables que profundizan la crisis de la educación pública y dañan el sagrado espacio de niños, que en muchas ocasiones tienen sólo a la escuela como el baluarte de sus vidas.
Nuestras escuelas y colegios deben ser cuidadas por la comunidad, no pueden quedar a la deriva en sectores populares, más bien resulta una obligación moral resguardar estos espacios de la delincuencia, el narcotráfico o cualquier vicio social que atente con la noble labor de formar a niños y jóvenes.
De igual manera, es imperioso generar espacios de trabajo y alianza entre los establecimientos educacionales y las poblaciones que habitan, ya sea para reforzar la identidad o la generación de soluciones creativas a problemas que exceden lo educativo.
Quizás conviene aclarar que la comunidad no es sólo sinónimo de lo público, también comprende al mundo privado que aporta fuentes laborales y de crecimiento a las diversas poblaciones, y que de forma comprobada genera espacios de vinculación con muchas escuelas, colaborando de forma constante y entregando soluciones prácticas, que muchas veces la burocracia administrativa no resuelve de modo eficaz.
Educar no sólo es obligación de los profesores, es un acto sublime que implica los esfuerzos de todos los ciudadanos, para formar personas de bien en lugares dignos y seguros y que promuevan una mejor nación.
Juan Carlos Alvial, filósofo