El envilecimiento de la política
Los poderes del Estado son responsables no sólo de la estabilidad y el desarrollo democrático de la república, sino también de la calidad de la política en que esa estabilidad y ese desarrollo encuentran sustento. El envilecimiento de la política conduce inevitablemente a una degradación de la democracia y casi siempre a su extinción.
La que terminó siendo conocida como "República de Weimar" en Alemania, entre 1918 y 1933, es un buen ejemplo de esa degradación. En ninguna parte los "locos años veinte" fueron tan locos como durante la Alemania de Weimar y, a pesar de que los alemanes sufrieron horriblemente las feroces represalias a las que los sometieron los vencedores de la Primera Guerra Mundial, las grandes ciudades alemanas y Berlín en particular vivieron un ambiente de fiesta y desenfreno que no han vuelto a conocer.
Ese mismo desenfreno lo experimentó la política, que estuvo plagada de golpes de estado, intentos revolucionarios por parte de la izquierda y de alzamientos derechistas. Y dentro de ese clima el Parlamento alemán, el Reichstag, fue el que quizás mejor expresó el envilecimiento de la política. Mas de 40 partidos políticos llegaron a ser albergados por ese Parlamento sin responder, muchos de ellos, más que al interés o ambición de caudillos inescrupulosos. Un Parlamento que rara vez logró acuerdos y en el que las notas predominantes fueron la dispersión, la polarización y el desorden.
Y un Parlamento también que, como resultado de ese desorden y justificado por él, permitió el ascenso al poder, en enero de 1933, de Adolf Hitler y su entonces todavía diminuto partido nazi. Un caudillo y un partido que, en sólo tres meses, en marzo de ese mismo año y merced a la llamada "Ley Habilitante", terminó haciéndose de todo el poder y anulando, hasta su extinción formal al terminar la Segunda Guerra Mundial, a ese Parlamento que con su indolencia y envilecimiento había permitido su entronización.
Polarización
Nunca, ni siquiera en los ríspidos años de gobierno de la Unidad Popular, el Congreso de Chile había vivido una situación que hiciese recordar al Reichstag de Weimar… hasta ahora.
La polarización que ahí se vive, que no es la de los chilenos, y que le impide llegar a acuerdos sobre cuestiones tan importantes como la restructuración de un nuevo proceso constituyente o la reforma del sistema de pensiones, o que convierten un acto republicano simple, pero cargado de simbolismo como la elección del presidente o presidenta de la Cámara en una suerte de batalla campal que termina con partidos como el Partido de la Gente en una verdadera riña callejera entre sus dirigentes y parlamentarios, nos hablan de ello.
Cierto es que los polvos que se levantan ahora tienen como antecedentes los lodos que han venido desparramando parlamentarios de tanta estatura republicana como una Pamela Jiles danzando envuelta en tules en el hemiciclo o un Florcita Motuda cantando en medio de la sesión de un comité.
Lo penoso es que esos comportamientos se repitan y que los parlamentarios imiten también el vodevil al que llegó a acostumbrarnos la Convención Constitucional, con sus convencionales disfrazados y celebrando sus "victorias" con cantos y gritos propios de una barra brava. El último capítulo de esta degradación lo vivimos esta semana, con una ministra de estado que presume de madura y seria, dando saltitos para celebrar como victoria la que debió ser la culminación de un acto sencillo, pero de consenso republicano, una diputada gritando "jauría" a sus adversarios políticos y un parlamentario que interrumpe a gritos el discurso de inauguración del nuevo presidente de la Cámara, debido a que se encontraba aparentemente con hálito alcohólico -según sus colegas-, aunque él lo negó diciendo que su comportamiento se debía simplemente a que "así era él" (algo equivalente a "si saben cómo soy, para qué me eligen diputado").
Definitivamente, la sobriedad republicana pareciera que no está de moda, que no es rentable, sino a que más bien muchos asumen la función política como un espectáculo. Todo eso debe acabar.
"sEAN RESPONSABLES"
Si no quieren remontarse a un pasado tan lejano como la República de Weimar, remítanse a la Convención Constitucional. Por eso, desde el sur, les decimos: sean responsables, preocúpense y ocúpense de las necesidades de las chilenas y chilenos, de la seguridad pública, la misma que con balaceras cada día más recurrentes aterroriza a nuestros vecinos, del declive de la economía y de la calidad de la educación y la salud en el país. Porque si no lo hacen, como a la Convención Constitucional, esos mismos chilenos les van a dar la espalda y ustedes deberán atenerse a las consecuencias de ello.
Nuestro país, sus comunidades, claman por certezas, jurídica económica y laboral. Los chilenos están viviendo con miedo y ninguna sociedad merece vivir así.
Entonces sólo cabe pedirle, a nuestros dirigentes políticos.
¡Salgan de su burbuja y no degraden la función pública y hagan una buena política, pensando en el bienestar de los chilenos y chilenas!