Aparte del examen de pelo, que se hace en forma aleatoria a los parlamentarios y parlamentarias, debiera agregarse, de manera diaria, un "chequeo" de entrada al Congreso, donde un funcionario nombrado sin Alta Dirección Pública, les tome el aliento. Ahora bien, el funcionario en cuestión, debiera recibir una indemnización de entrada y otra de salida (así como los plebiscitos de antaño), porque sería un trabajo altamente tóxico, donde no puede descartarse que todo el edificio de Valparaíso se declare "zona de sacrificio" para el mencionado funcionario y los otros también, aquellos que serían despedidos ipso facto si se les sorprendiera con hálito alcohólico. Esta propuesta obedece a la acusación poco novedosa de la inclinación alcohólica de un diputado, como si los diputados nunca se emborracharan.
Cualquier chileno bien nacido, con el corazón bien puesto y un Dicom abundante, se ha emborrachado sin posibilidades de que al día siguiente se le vaya el hálito, manera elegante de referirse al "tufo", nombre incluso del mítico restaurant de "Pelotillehue", lugar icónico y sintético de Chile. La verdad es que lo más novedoso en términos de expresión escénica fue el uso que el honorable diputado le dio a su roja bufanda, la que hizo girar por los aires con mucho ahínco, en una acción absolutamente disociada de las palabras que dirigía a la testera. Diríamos que esa acción fue "experimental", una performance mucho más creativa que el empujón y garabatos de Moreira a Schaulsohn hace algunos decenios y mucho más elegante que los puñetes e insultos de un señor De la Carrera, que me recuerdan a un excelente vino llamado Hermanos Carrera.
La verdad es que política y borrachera siempre han caminado (tambaleado) juntos). Ahora, la borrachera no tiene por qué asociarse necesariamente al alcohol. Hay gente que se emborracha con algún triunfo electoral, que - como todos los triunfos- ni siquiera es efímero, como señala la sabiduría popular, sino "emífero", como decía Zamorano. Las personas no pueden vivir en estado de triunfo permanente, es decir, en estado de borrachera: hay que recordarles que los caminos al cementerio se recorren en urnas.
No hay por qué demonizar al diputado Alinco, pues todos hemos conocido a alguien que alguna vez rindió honores al pickle con su aliento. Quien sostenga lo contrario, no los ha consumido. Y quien no los ha consumido, es un antipatriota, un mal nacido, un humanoide con el corazón mal puesto. Chile sin alcohol, es una estufa sin pellet, o un plato de porotos sin riendas. Por todo eso, indudablemente, el diputado Alinco tiene ya ganada su reelección y si quiere ser senador, que siga tomando no más. En Chile, el fraude económico, la mentira y la borrachera, gozan de una alta valoración electoral.