Entre marzo y junio de 2024 se realizará el XX Censo de Población y IX de Vivienda en Chile. El proceso ha sido postergado en dos ocasiones y desde el Instituto Nacional de Estadística (INE) se encuentran trabajando desde el año 2019 para que se desarrolle de la mejor manera posible, dejando atrás las polémicas dificultades vividas durante 2012. Por ello se extenderá por tres meses (es un "censo de derecho") y no se realizará en un solo día como era la costumbre hasta 2002; además, incorporará tecnología y nuevas formas de participación de la comunidad, que ya están siendo probadas en cuatro regiones del país (Maule, Metropolitana, Valparaíso y Coquimbo), con una experiencia especial de prueba integral en la comuna de Licantén.

Esta temática fue una de las abordadas en el reciente congreso realizado en el país por el INE y la División de Estadística de las Naciones Unidas. La actividad se extendió entre el 19 y el 21 de octubre, centrando en las posibilidades del uso de los registros administrativos de población. Esto es, sumar a la información estadística oficial todos aquellos datos que las personas generan al interactuar con los distintos servicios públicos en atenciones de salud, postulaciones a beneficios, educación, residencia, movilidad y otras.

De ese modo, muchas consultas de los censos y de otros estudios podrían hacerse más rápido y con mayores detalles de lo que actualmente se hace. Es decir, aplicar tecnología para trabajar con las bases de datos que están en línea y que son confiables.

En los países nórdicos los censos se efectúan casi por completo con estos sistemas (sin encuestas presenciales), mientras que en América Latina el ejemplo más avanzado lo tiene Uruguay. Chile puede transitar en esa dirección gracias a una llave fundamental, que es el registro de todas las personas con su RUT y también gracias a las normas que rigen al INE desde los años 70 y que lo facultan para coordinar acciones con otros servicios con estos fines.

Desde ya hay que ir preparando a la población para que colabore activamente en el censo, una herramienat fundamental para obtener información precisa sobre variados aspectos del país.

Parte de la condición humana es compartir con otros. El mundo de relaciones en el que nos movemos y existimos implica también compartir muchas cosas, mediante lo cual nos sentimos todos beneficiados.

Así fue como surgió el comercio entre personas y comunidades con otras personas y comunidades. Primero fue el trueque, es decir, intercambiar objetos que pudiesen tener una valor o utilidad similar para que alguien obtuviera algo que no poseía y que necesitaba o deseaba. Después surgieron las intermediaciones para comerciar, algo que pudiera tener un valor consensuado y que se usase como vehículo de intercambio. Esto permitió que surgieran las monedas y el dinero, que es lo que actualmente usamos para comprar, vender y comerciar.

Cuando se trata de comerciar objetos y bienes materiales, hay una necesaria transferencia de unos a otros. Alguien que vende, se desprende de un objeto para que lo posea otra persona, y recibe a cambio una retribución económica de acuerdo al valor asignado a ese objeto. Esto está bien para el comercio, pero el compartir es otra cosa.

Si bien en el compartir bienes materiales el que posee invita al que no posee a disfrutar de esos bienes, sin que los pierda totalmente, cuando se trata de bienes inmateriales o espirituales nadie ve disminuir esos bienes y todos ganan. El compartir se hace gratuito y se multiplica sin producir desmedro a nadie, generando una comunidad que comparte el mismo bien.

Son múltiples los bienes inmateriales que podemos compartir gratuitamente. Hay experiencias enriquecedoras, certezas y convicciones que orientan la vida, sabiduría desarrollada en el tiempo y un sinnúmero de otras realidades que podemos compartir con otros para que muchos ganen y nadie pierda.

Cuanto más puede ser de enriquecedor cuando compartimos nuestras experiencias de fe, de sentirnos amados por Dios, de cómo lo hemos encontrado, de qué cosas Él me ha mostrado y orientado en la vida, de cómo me he sentido acompañado en mi vida, de cómo he podido enfrentar mis dolores. Esta es la misión que han vivido miles de cristianos en dos mil años de historia; dejando todo han anunciado el Evangelio de que Cristo está vivo, siendo esta convicción el tesoro más grande y fuente de esperanza. Como decía san Pablo: "¡Ay de mí si no predico el Evangelio!" (1Co 9,16).

Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt

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