Desde hace algunos años se ha hecho evidente que Chile debe avanzar hacia la integración con un marco regulatorio de la inmigración, que permita el ingreso de extranjeros de una manera ordenada, segura y responsable. Cuando alguien entra de modo irregular tiene demasiadas dificultades, a la vez que genera problemas a los chilenos y al Estado, porque no se le puede atender adecuadamente y no se le integra a la sociedad de la mejor manera. En el exterior hay una percepción de que Chile va a salir primero de la crisis económica derivada de la pandemia y que logrará recuperar su aparato productivo, lo que está generando una mayor presión de parte de los flujos de inmigrantes.

Un estudio del Instituto Nacional de Estadísticas y el Departamento de Extranjería y Migración, con cifras al 31 de diciembre de 2020, dice que 1 millón 462 mil extranjeros residen en el país y que las regiones Metropolitana (61,9%), Antofagasta (7,0%) y Valparaíso (6,6%) son las que concentran el mayor porcentaje. Las regiones que presentaron mayor crecimiento relativo fueron Magallanes (25,1%), Biobío (23,8%) y Los Lagos (22,5%). De manera similar a 2018 y 2019, en 2020 el grupo de personas procedentes de Venezuela es el que registra el mayor porcentaje de extranjeros, en especial en Biobío (49,1%), Los Lagos (38,8%) y Maule (36,7%). Las comunas cuya población extranjera se compone principalmente del colectivo de Venezuela son San Miguel, Concepción y Puerto Montt.

En estos días es posible ver a familias que se instalan en las calles céntricas con carteles en los que exponen su situación crítica por no tener trabajo ni ingresos. El año pasado en Chile se perdió alrededor de un millón 800 mil empleos y muchos otros quedaron con su situación congelada en las empresas. Recién en los últimos meses, luego de alcanzarse avances en el plan Paso a Paso, debido a la disminución de contagios de covid, se ha iniciado una recuperación de las fuentes laborales.

Por eso, un punto relevante en el que se ha enfocado el Gobierno ha sido la regulación del proceso migratorio, para que quienes ingresan a Chile lo hagan con documentación al día y con las autorizaciones, lo que facilita la inserción de quienes vienen en busca de oportunidades de un mayor bienestar.

Se ha zanjado de una vez y para siempre la controversia que alguna vez hubo por el tema del servicio público y los notarios.

En efecto, hace años, cuando se reveló el cuantioso "sueldo" de un notario de Santiago (algo así como 80 millones de pesos mensuales), hubo escándalo y hasta una ley express (somos expertos en ellas) para regular tales ingresos, que superaban los sobornos y coimas vigentes en ese entonces.

Los notarios están revestidos de un aura misteriosa, omnipotente, y hay quienes plantean que el espécimen no existe. Pero existe, y para alcanzar la fantasmal investidura (o Estado de Gracia), hay que ser hijo de diputado o senador; sobrino de miembros de la Corte de Apelaciones o Suprema; o hijo, nieto, o bisnieto de notario.

El notario fallecido y que continúa trabajando es la prueba fehaciente de amor por el servicio a los demás, e incluso, un excelente argumento para los defensores de la AFP: se estudia ya una cotización post mortem.

Y si, aparte de todo eso, él dio fe de un sorteo bancario y de las firmas para avalar a un candidato presidencial, hablamos de cuestiones relevantes. Porque el candidato representaba -nada menos- a una lista del pueblo (sin indicar, eso sí, de qué pueblo se trataba, ni de su ubicación en el mapa), siendo esa lista la encarnación de la castidad y la pureza política, punto de partida de todo movimiento "independiente", cuya independencia y pureza termina antes de la segunda elección.

Pienso en todo esto mientras busco sin éxito el carnet para presentar en el supermercado, porque compré un pack de cerveza y -merced a una de esas leyes "cototas" de nuestros legisladores- me piden acreditar con documento en mano que no soy menor de 18 años. Como el pack es "de urgencia", no descarto tener que ir a hacer una declaración jurada de que cumplí 18 hace más de 45 años.

Con un poco de suerte, puede que el notario esté fallecido y no me pidan carnet.

Jorge Loncón, escritor

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