Papa Juan Pablo II en Puerto Montt: el mar y volcanes que emocionaron a un santo
El tradicionalmente bello paisaje marítimo, que baña los pies ribereños de Puerto Montt, desde su costanera, aquella tarde abrileña de hace 32 años, abrió su bruñido cofre desbordante de joyas naturales (donde relucían conos volcánicos festoneando el horizonte, una azulada alfombra oceánica tapizada de bajeles, el abrazo cálido de una tarde amarilla caída de un cielo de mirada azul, mientras desembarcaba en el puerto y la cuenca del Reloncaví una acariciante brisa marina), para recibir, por una conmovida población sureña, a un admirado y esperado pontífice, que sería reconocido santo en 2014, después de su muerte el 2 de abril de 2005: el Papa Juan Pablo II, quien visitó Puerto Montt y paseó por su serena rada en el buque "Cirujano Videla", de la Armada, ese inolvidable y esplendoroso 4 de abril de 1987.
El Santo Padre y su comitiva permanecieron en Puerto Montt durante "cuatro maravillosas horas", como lo describieron los católicos puertomontinos, que lo recibieron aquel inolvidable día, junto a cientos de personas que llegaron procedentes de todos los rincones de la zona sur.
En el tepual
El Pontífice fue bienvenido, a las 16 horas, en el Aeropuerto El Tepual, por autoridades encabezadas por el intendente, general de brigada aérea Jorge Iturriaga; el arzobispo, monseñor Eladio Vicuña, y, el alcalde Jorge Brahm, quien presidía la comisión de recepción papal, que en pleno llegó al terminal aéreo.
Los profesionales de diversos medios de comunicación nacionales y extranjeros, también se apostaron en el lugar, junto a caravanas de fieles que no cesaban de vocear: "Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo"..., entre otras consignas, mientras también levantaban llamativos carteles.
Después de besar el suelo que lo acogía y recibir los saludos protocolares, el Mensajero de la Vida encabezó una larga caravana en el papamóvil rumbo a la zona portuaria de Puerto Montt, en medio de la emoción de la gente que lo vitoreaba a lo largo de la ruta.
"qué hermoso..."
Una vez en el muelle, el Papa abordó el buque de sanidad de la Armada, el "Cirujano Videla", en el cual navegó por las calmas aguas de la bahía y seno de Reloncaví, rodeado de embarcaciones de pescadores, ante los cuales oró por el descanso de las almas de los hombres de mar sureños fallecidos.
Mientras la nave surcaba el apacible mar puertomontino, el pontífice no pudo ocultar su admiración por el majestuoso paisaje marítimo que lo circundaba, con islas y volcanes, teniendo al frente la urbana policromía de Puerto Montt, situación que lo hizo exclamar, visiblemente emocionado: "¡Qué hermoso, qué hermoso..!".
Fervor costanero
Próximo a las 18 horas, Juan Pablo II desembarcó en el muelle de paseo y, en el papamóvil, hizo el recorrido de la avenida Costanera -en medio del fervor desbordante de millares de personas que copaban el área en toda su extensión-, cantando, rezando, coreando lemas, alzando objetos religiosos y alusivos al acontecimiento. El Papa, a su vez, los bendecía incesantemente, hacia uno y otro lado, desde su imponente vitrina rodante.
Concluyó su recorrido en el gran altar, levantado donde hoy se encuentra la Biblioteca que lleva su nombre, para presidir la Santa Misa de los "500 Años de la Evangelización de América" y en el transcurso de la cual fue objeto del cariño y los regalos del pueblo cristiano, y de la especial recepción que le hizo en su discurso el arzobispo Eladio Vicuña.
Promediaban las 20 horas cuando Su Santidad dejó la explanada costanera, para dirigirse al aeropuerto y continuar su itinerario como huésped de Chile, rumbo a Punta Arenas.
Merecida estatua
Que esta especial conmemoración -que florece en este ramo de palabras- sea el comienzo de la verdadera valorización marítima de Puerto Montt.
Que, por fin, se expanda en el desarrollo de la isla Tenglo, en el progreso portuario, en la consolidación de Angelmó como el gran símbolo porteño, en el rescate de las lanchas chilotas como tesoros vivos del pretérito puertomontino, en potenciar las tradiciones marineras-pesqueras locales y en transformar el canal Tenglo en la gran avenida marítima de Puerto Montt isla adentro. Y que este movimiento y ánimo -sobre todo, la honda gratitud chileno-argentina por la paz lograda gracias a la tenaz participación del Santo Padre- se cristalice y condense en la instalación de un gran monumento con la efigie de San Juan Pablo II frente a la bahía de Puerto Montt, que el gigante de la paz navegó con tanta emoción el 4 de abril de 1987, después de confirmar la hermandad entre los dos pueblos limítrofes sudamericanos.
Y que, en consecuencia, se concrete la intención que en 2017 tuvo el ex arzobispo Cristián Caro, impulsado por la aspiración de muchos puertomontinos, de rendir un digno y perenne homenaje al Papa que nos visitó e hizo tanto bien hace 32 años, dedicándole una estatua en la costanera frente al paisaje del Reloncaví que él tanto admiró.
La idea era adquirir una imagen de San Juan Pablo II, elaborada en bronce y fabricada en Italia, que a la vez sea un aporte al ornato ribereño. Con ese objetivo, el obispo solicitó hace cuatro años la ayuda del Concejo Comunal y así avanzar en el financiamiento de ese tributo de Puerto Montt en honor del Mensajero de la Vida, la Hermandad y el Amor.