Sabiduría humana, sabiduría divina
"Más que expertos, necesitamos de sabios que iluminen el camino"
Qué duda cabe. Uno de los desafíos más grandes que todo ser humano tiene que enfrentar en su existencia, tiene que ver en cómo se han de afrontar los problemas y cuestionamientos inherentes a la condición de toda persona humana. En este sentido, vivimos una paradoja que nos inquieta permanentemente: por una parte, anhelamos llevar una vida plena, sin sobresaltos y grandes dificultades; y por otra, la vida misma nos hace vivir las exigencias del presente y la incertidumbre del futuro. Es una tensión que experimentamos todos.
Ante esto, habitualmente valoramos y reconocemos a algunas personas que poseen habilidades y conocimientos con los cuales saben enfrentar la vida. Admiramos muchas veces la calidad humana de estas personas, pues saben relacionarse con todos. Reconocemos la serenidad con la que enfrentan momentos difíciles en sus vidas, sin nunca perder el equilibrio. Notamos la perspicacia y agudeza para darse cuenta lo que está en juego en cada conflicto o dificultad de la vida.
Este tipo de personas son las que reconocemos como personas sabias. No necesariamente han estudiado mucho o tienen grandes títulos universitarios en prestigiosos centros de educación superior; tampoco han recibido reconocimientos internacionales, ni menos han hecho descubrimientos trascendentes para la humanidad. Pero son los sabios de la vida cotidiana, aquellos que saben vivir en plenitud.
En el Antiguo Oriente, en Mesopotamia y Egipto, floreció una abundante literatura sapiencial y el pueblo de Israel de aquellos años no se quedó atrás, generando textos de gran profundidad como los libros de la Sabiduría, Proverbios, Eclesiastés, Eclesiástico y Job, todos del Antiguo Testamento. Prototipo del hombre sabio fue el rey Salomón, quien supo gobernar a su pueblo con justicia y equilibrio, porque era un hombre sabio.
Ante los nuevos desafíos que hemos de enfrentar como nación, más que expertos, necesitamos de sabios que iluminen el camino. Es una buena ocasión para que todos podamos recorrer las hermosas páginas de estos libros donde la sabiduría de Dios ayuda a la sabiduría humana. Como dice el salmista en su oración al Dios de la vida: «Retraigo mis pasos de toda mala senda para guardar tu palabra […]. Para mis pies antorcha es tu Palabra, luz para mi sendero» (Sal 119, 101.105).
Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt