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¿Cómo han sido estos meses de pandemia? -El impacto emocional ha sido muy exigente para las familias, para los profesores, para los niños que quieren estar con sus amigos, que quieren jugar y estar en el colegio. Esta crisis, obviamente, presenta una gran oportunidad porque nos tranca la rueda del progreso que a veces nos adormece un poco, de poder poner nuestra mirada en los temas más importantes. En ese sentido, creo que es una tremenda oportunidad para avanzar más decididamente en un tipo de enseñanza que ponga más peso en la autonomía y en la participación proactiva del alumno. Pasar de este modelo más tradicional, en el cual se exponen los contenidos, a un modelo donde la participación del alumno sea mucho más central en el proceso de aprendizaje, no pasiva.
¿Cómo vislumbra el futuro? -Hay que reforzar lo de la escuela del siglo XXI y dar un paso un poco más serio para asumir estas nuevas tecnologías para la enseñanza. Y en este sentido, hay que considerar con mucha seriedad las posibilidades de implantar nuevas tecnologías en los métodos de enseñanza. Hay que considerar la realidad de las familias de los niños, si es que tienen buenas conexiones o si es que las familias tienen los acompañamientos adecuados para poder realizar este aprendizaje más autónomo; si están recibiendo la alimentación adecuada. Es decir, hay que ver una serie de condiciones, de posibilidades, que no podemos dar por obvias. Nosotros en el colegio estamos generando una formación que también apunte a lo socioafectivo y religioso espiritual.