De acuerdo al calendario establecido por todos los partidos políticos en noviembre pasado, en cinco días más -el 27 de abril- celebraríamos un plebiscito inédito en nuestra historia republicana, para decidir si elaboraríamos una nueva constitución política y como lo haríamos. Una circunstancia anormal y excepcional. Luego de las multitudinarias movilizaciones de mujeres del 8 de marzo, la energía social y política se iría encauzando por la vía del plebiscito y la importante deliberación posterior.
Nada de eso ocurrirá y ahora estamos confinados cada uno en su casa o donde ha podido guarecerse. Unos viendo muchas series mientras intentamos "teletrabajar", "teleeducar", "telecomprar". Otras y otros se deben conformar con el machaconeo monotemático de la televisión abierta, o no pueden hacer cuarentena, pues igual deben trabajar de manera directa, con poca atención a su salud y mucha a "parar la olla". La amenaza invisible del coronavirus y sus consecuencias nos ha puesto en una nueva y muy diferente situación de "anormalidad", de duración indefinida, agregando así una gran dosis de incertidumbre.
¿Podremos entonces "volver a la normalidad"? Todo indica que la pregunta está mal planteada, puesto que la "anormalidad" del coronavirus tendrá consecuencias de larga duración, que no conocemos. Y porque el período anterior, luego del 18 de octubre, había puesto en entredicho de modo severo la "normalidad" previa. Y, sobre todo, porque esta segunda emergencia produjo la interrupción de la movilización y el proceso político, pero sin resolver ninguno de los problemas que los habían originado. Ni la desconfianza en las instituciones, ni el malestar con el modelo económico, ni el rechazo a los abusos y la indignidad. Todo sigue allí, pendiente. Igual cosa ocurre con el proceso de descentralización.
Enfrentar la emergencia significará cuidarnos y pasar el chaparrón sabiendo que éste profundiza los problemas que ya teníamos, cuya solución deberemos retomar. Y esta vez no bajo las órdenes de la autoridad sanitaria, sino poniendo a prueba nuestras propias capacidades ciudadanas. Un desafío muy lejano de la normalidad. Pero que vale la pena.
Gonzalo Delamaza, investigador
del Ceder de la UILagos