La de hoy es Nochebuena y mañana, Navidad... En la era de los más increíbles adelantos tecnológicos y en los tiempos de la aldea global intercomunicada al instante, continúa impactando profunda y misteriosamente el recuerdo del nacimiento de Jesús, hace más de dos mil años, en un humilde pesebre de Belén. Un episodio tan extraordinario, que no deja de asombrar al mundo como el más grande y revolucionario suceso ocurrido a la humanidad.
¡Cómo puede ese modesto pequeño, agitando sus manecitas y diminutos pies, entre las pajas de un retablo, emocionar tanto el alma humana y despertar tantos sentimientos de amor solidario! O como bien exclamó un día, conmovido, San Efrén: "¡Grande es el estupor por el milagro de un Amor hecho Niño!". Lo que hoy comparten los hermanos en la fe y también los que no lo son.
La Navidad, por esencia, es la fiesta de la familia, de la sencillez, del amor a los niños y a los pobres. Es el festejo del amor de Dios, que se hace frágil, pequeño y humilde como un niño, para ofrecer a todos el perdón, la salvación y la paz. En el misterio de la Encarnación se da un admirable intercambio: el Hijo de Dios se dignó tomar la naturaleza humana, para hacernos partícipes de su divinidad y transformarnos en sus hermanos.
En tiempos de tribulaciones, como las que socialmente nos han sacudido en los últimos meses, el clamor es que esta Navidad -y su mensaje de sublime amor, paz y buena voluntad- conceda a los puertomontinos y habitantes del país, la normalidad, la devolución de la calma, el retorno del entendimiento, la tolerancia de las diferencias, la convivencia fraterna, la unidad para progresar. Que los avances en marcha en justicia social, humanitario trato, integración e inclusión, sigan su curso y se afiancen. Y la comunidad, que justificadamente los ha reclamado, se reincorpore al proceso normal de trabajo por un futuro mejor. Que se haga carne el pregón del coro angelical: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los seres humanos de buena voluntad…"