Hoy es la Nochebuena y mañana, Navidad. El acontecimiento más influyente en la historia de la humanidad, porque su protagonista -Dios hecho humano y encarnado en un niño nacido humildemente entre las pajas de un pesebre-, Jesús, trajo a la humanidad una nueva forma de vida, basada en el perdón, la misericordia, el amor. La opción del arrepentimiento y la redención. El goce de la ternura amorosa del Señor.
La imagen del pequeño Jesús -agitando sus manecitas y diminutos piececitos en el regazo de la Virgen María en un modesto establo de Belén de Judea-jamás dejará de conmovernos y de aleccionarnos en la conveniencia de ser también humildes y mansos de corazón. Más receptivos a las riquezas del alma que aquellas que emanan de la ambiciones materiales y de poder. Tal como reitera el Papa Francisco, en una sociedad habitualmente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y narcisismo, Él, el mismo cuyo nacimiento recordamos hoy, nos llama a tener un comportamiento sobrio, sencillo, equilibrado, capaz de entender y vivir lo que es de veras importante.
"En un mundo -dice el Santo Padre- a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de justicia, de búsqueda y de poner en práctica la voluntad de Dios. Y ante una cultura de indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de la piedad, empatía, misericordia, que extraemos cada días del pozo de la oración".
Por eso, la de hoy es la noche más buena. Aquella en la que sacamos lo mejor de nosotros. Testimoniado a través de regalos sencillos, pero profundos en afecto. En un abrazo, en un apretón de manos, en unas cuantas palabras de cariño, en una tarjeta o un mensaje de buenos deseos. Gestos de mayor impacto que el más impresionante de los obsequios.
En tan sublime fecha, pensando en el Niños Dios, y unidos al verso angélico, invocamos con toda el alma: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".