Se nos vino marzo. Comienzan las clases, se retoma el trabajo y los horarios habituales. Uno planifica, en lo que puede, el año de acuerdo a las nuevas circunstancias, y evaluando lo que fue el año pasado. Los creyentes no olvidamos que El Señor conduce nuestra vida, escribiendo derecho con renglones torcidos, es decir, hace concurrir todas las cosas para el bien de los que aman a Dios (cf. Rom 8,28). Por lo tanto, hay que escuchar su voz, discernir sus deseos y caminar en su presencia. El tiempo de Cuaresma se nos ofrece como un tiempo favorable para la conversión (volverse a Dios, cambiando de mentalidad y de conducta) a través de la escucha de la Palabra de Dios y de la práctica de las obras de misericordia, especialmente en este Año Santo de la Misericordia a que nos ha convocado el Papa Francisco. El evangelio de este domingo (Lc 13,1-9) presenta dos hechos "policiales" del tiempo de Jesús, un crimen de Pilato contra galileos cuya sangre mezcló con la de sacrificios de animales ofrecidos en el Templo, y el desplome de la torre de Siloé que mató a 18 personas, sucesos que el sentir común interpretó como un castigo por ser más pecadores que los demás. Jesús dice que no, y repite dos veces: "Si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Es decir, lo sucedido a aquellas personas no se debía a que eran más culpables que los demás, sino que todos lo somos y estamos llamados a cambiar de mentalidad, actitudes y comportamientos, o sea, convertirnos, volviéndonos al Señor, y siguiendo sus mandatos. Puede suceder que seamos como esa higuera estéril (de la parábola de Jesús) que ocupaba un lugar en la viña pero no daba fruto hacía tres años. El dueño del terreno pensó que era mejor cortarla para no malgastar el terreno. Pero, el viñador le pidió esperar aún un año más -"si no, la cortarás"- mientras él se haría cargo de remover la tierra, echarle abono y aguardar sus frutos. El viñador representa al Señor que es bondadoso y compasivo, lento en enojarse y de gran misericordia, que espera nuestra conversión traducida en frutos que beneficien a nuestros hermanos, como son las obras de misericordia: respetar toda vida, del no nacido y del enfermo terminal, y también nutrir, visitar, consolar y educar a los más necesitados.
+Cristián Caro Cordero,
Arzobispo de Puerto Montt