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La suma de todos los miedos

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En 2002 se estrenó "La suma de todos los miedos", la película basada en la novela del mismo nombre de Tom Clancy, en la que el papel de Jack Ryan, el personaje icónico de Clancy, es interpretado por Ben Affleck. La trama es compleja e interesante, como todas las novelas de Clancy y todas las películas en que Jack Ryan es el personaje central, e incluye la explosión de una bomba atómica en el puerto de Baltimore. Pero en lo substantivo, nos dice que cuando se acumulan muchos elementos negativos, el resultado puede ser más negativo que la suma de todos ellos, y que cuando muchos miedos se juntan, la suma de todos ellos puede dar por resultado un miedo tan grande que anule la racionalidad. En resumen, que es preferible no asustar a la gente, porque el resultado te puede estallar en la cara.

Es decir, sin muchas diferencias, lo que terminó de ocurrirle a la izquierda extrema y a buena parte de la ahora llamada "izquierda democrática" el pasado domingo. Durante los últimos años se dedicaron a amenazar y a asustar a la mayoría de los habitantes de nuestro país. Al comienzo prohijaron la violencia física del "estallido social" explicándola y justificándola de diversas maneras. Pudieron haberse percatado que el incendio de museos, iglesias, hoteles y restaurantes; que la destrucción de edificios públicos y medios de transporte; que la humillación de viandantes y conductores de vehículos obligándolos a cantar o a bailar, y otras expresiones de violencia física, no atraería voluntades hacia su posición política sino exclusivamente miedo. Pero no se percataron. O no quisieron percatarse.

Y todo no quedó allí, porque luego, hasta sus mismos hogares, en donde se había tendido a refugiar la mayoría de la población aterrorizada por esa violencia física que hoy llamamos "octubrismo", llegaron dirigentes, representantes e intelectuales de esa izquierda. Llegaron por intermedio de la onda radial o el cable de televisión, sólo para darse el placer de terminar de aterrorizar a la población, esta vez haciendo gala de la violencia verbal. Ya lo había hecho años atrás el senador Jaime Quintana, anunciando que el segundo gobierno de Michel Bachelet iba a ser una verdadera "retroexcavadora" que todo lo derribaría para reconstruirlo todo, probablemente al gusto del senador. Pero presas de la fiebre octubrista, esos representantes del pensamiento de la "nueva" izquierda fueron mucho más allá. Así escuchamos a Daniel Stingo declarar que ahora "ellos" eran los que decidían y todos los demás debían aceptarlo; y como olvidar la arrogancia intelectual de un Fernando Atria, explicando con voz pausada y una sonrisa hierática el origen casi natural de aquella violencia que nos asolaba. Y también a Jorge Baradit, congratulándose de que la derecha tuviese miedo, el miedo que ellos le habían infundido; o a una convencional vestida de mapuche, cuyo nombre olvidé, declarando que no había cantado el himno nacional en la sesión de inauguración de la Convención Constitucional porque "ellos" concurrían a allí para refundar al país y quizás en el futuro ya ni siquiera himno iba a haber.

Incapacidad

Probablemente envanecidos por la sensación de poder que les provocaba el dolor y el miedo que infundían con sus acciones, fueron incapaces de recordar -si alguna vez habían reparado en ello- que en la sociedad, igual que en la física, cada acción genera una reacción y que en la historia toda revolución ha sido seguida de una restauración. Pasaron pocos años entre el momento en que la guillotina cortaba la cabeza de Luis XVI, el rey de los franceses, y aquel otro en que Napoleón se coronaba a sí mismo emperador de esos mismos franceses. Y sólo para seguir con Francia: pasó muchos menos tiempo entre el momento que, en mayo de 1968, los estudiantes creían haber conquistado el cielo por asalto y proclamaban que ser realista era pedir lo imposible, y las elecciones legislativas de aquel mismo año que le dieron un triunfo incontestable a Charles De Gaulle, el más conservador de todos los franceses.

Entre los chilenos también pasaron pocos años entre 2019, cuando esa izquierda extrema y quienes en la izquierda tradicional se doblegaron ante ellos, provocaban el miedo y el terror entre chilenas y chilenos, y los años 2022 y 2023, en que sendos actos electorales los dejaron reducidos prácticamente a la nada política.

Y no sólo eso. También dejaron inerme a su gobierno ante sus adversarios. Y eso lo logró una mayoría nacional que, habiendo hecho la suma de todos sus miedos, decidió plantarles cara de la única manera que es posible hacerlo en democracia: en las urnas.

Sólo cabe esperar que hayan aprendido la lección. Que hayan entendido que nadie tiene la historia en sus manos. Que quien la tiene, como siempre ha sido, es el pueblo que silenciosamente concurre a emitir su sufragio. Que allí y sólo allí, en la tranquilidad y soledad de la urna, se moldea nuestra historia.

Una historia que, también esperamos, haya traído una lección para la derecha y particularmente para el Partido Republicano. Hoy día tienen mayoría absoluta en el Consejo Constitucional, pero no la tienen en el país. Y quizás nunca la tengan. Los chilenos y chilenas no somos amantes de los extremos. La elección de Gabriel Boric fue sólo la penosa consecuencia de tener que elegir entre dos extremos y ya vemos en lo que ha quedado. Sean conscientes que esta vez la mayoría de los electores se han inclinado por ustedes debido a la suma de todos los miedos que les provocó la intemperancia e irresponsabilidad de una parte de la izquierda más radical. Pero sean inteligentes. Administren con prudencia su éxito. Escuchen y entiendan a sus adversarios (es decir, hagan lo que ellos no hicieron con ustedes), acepten que ellos tienen sus razones y que esas razones también interpretan parcialmente al pueblo. Busquen acuerdos y consensos. Ayuden a construir un Chile de todos y del cual, el miedo, esté definitivamente excluido.