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"Seamos amables" (¡volvamos a ser sureños!)

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Hace unos días tuve ocasión de hacer, uno tras otro, dos viajes aéreos: de nuestra ciudad a Santiago y de Santiago a Buenos Aires. Pasé así y en horas de la noche y la madrugada, por dos aeropuertos repletos de chilenos, de familias con niños pequeños y con abuelos, que se desplazaban por el territorio nacional y al extranjero para disfrutar de sus vacaciones. No pude dejar de recordar que no hace muchos años viajar en avión era algo prohibitivo para la mayoría de nosotros los chilenos y que, a nuestra ciudad, a la que hoy arriban cerca de 20 vuelos diarios, antes llegaba sólo uno y no siempre lleno.

(Lo mismo ocurre con nuestro terminal de pasajeros de buses, donde cerca de 100 buses salen cada día con destino a Santiago y viceversa, no siendo lejanos los tiempos en que solamente dos empresas cumplían con este recorrido.)

Así progresa mi país, me dije, y me sentí orgulloso. De mi país y de mi gente.

Pero desgraciadamente esa satisfacción se vio anulada hasta desaparecer cuando pude constatar algo más. Que esas mismas personas que hoy pueden disfrutar de los beneficios del progreso parecen considerar que ese progreso es algo natural, no el producto del esfuerzo de muchos chilenos que los precedieron en la vida y que además se deshonran ellos mismos pasando por esos bienes materiales que hoy pueden disfrutar (aeropuertos, líneas aéreas y de buses, carreteras y avenidas) ensuciando, descuidando y, lo que es más triste, maltratando a sus semejantes como si no tuvieran el mismo derecho de ellos a disfrutar de aquello que hoy ellos disfrutan.

Lo que pude constatar es que el progreso y el bienestar material, en lugar de convertirnos en mejores personas, nos está llevando a la bastedad y a la prepotencia; nos está llevando a actuar como vulgares "nuevos ricos".

Una bastedad y una prepotencia que en nuestra propia ciudad se expresa en la actitud de personas que, teniendo autos de lujo, pierden su tiempo escondiéndose del cobrador del parquímetro hasta lograr huir sin pagar; en la arrogancia con que se suelen abordar los ascensores sin saludar a quienes están ya allí; o los insultos y amenazas con que se comunican los conductores de automóviles (hace algún tiempo comenté el caso de uno de ellos que amenazó con un arma de fuego a otro con el que disputaba un estacionamiento).

Amabilidad

¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué los sureños dejamos de ser amables y cariñosos? Amables y cariñosos entre nosotros y con quienes nos visitaban. Éramos esas personas que íbamos a la estación de trenes (esa que inexplicablemente desapareció para ser substituida por un mall) a esperar a amigos y familiares que llegaban siempre -pero siempre, siempre- con tomates y duraznos y a veces con una sandía… y se quedaban el verano entero.

Esa amabilidad sureña perdida no tiene que ver con mejores aeropuertos, puertos, caminos u hospitales. Se trata de algo más profundo, pero más simple: tiene que ver con el alma de un pueblo. Esa alma sureña que se expresaba en la manera como nos hablábamos, cómo nos mirábamos y cómo nos tratábamos. Esa alma que debemos recuperar. El progreso no debe deteriorarnos, sino, por el contrario, hacernos mejores. Debemos compartir la prosperidad de nuestra región, así como antes compartíamos nuestra sencillez. Debemos volver a ser aquella gente sureña que era posible reconocer en todo Chile por su amabilidad y por su hablar franco y directo, pero también respetuoso y afable.

Y no sólo eso: hagamos un esfuerzo por contagiar al resto de los chilenos de esa actitud sureña que debemos recuperar. Para que en el resto de América Latina ya no se nos reconozca por nuestra actitud de prepotentes "nuevos ricos", sino por nuestro talante amable y siempre cariñoso.

Porque debemos preguntarnos, ¿cómo esperamos que nos vean desde otras partes del mundo?

¿Cómo personas arrogantes y altaneras, o como personas afables y de buen trato?

Seamos amables, esa debe ser siempre nuestra esencia.

¡Porque aquello será siempre permanente e invariable!