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¿Podrán entender la diferencia entre barbarie y civilización?

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Me cuenta un buen amigo, histórico dirigente del fútbol amateur de Puerto Montt, algo que presenció hace unos fines de semana.

Asistía a un encuentro de fútbol de antiguos clubes de barrio de la ciudad, cuando dos automóviles de lujo, de alta gama, hicieron su aparición. De ellos descendieron muchachos vestidos a la moda juvenil de este momento, haciendo gala de collares y relojes dorados y, sobre todo, mostrando lo que a él le costó distinguir como rollos de billetes de alta denominación. Pudo notar que esos muchachos eran recibidos con respeto y aún con admiración por los vecinos, sobre todo por los más jóvenes.

No puedo dejar de asociar ese hecho a otro que apareciera hace días atrás en la prensa local, informando que en plena travesía por el canal de Chacao a bordo de un transbordador, un camión cargado de salmones fue secuestrado junto con sus conductores. Después se supo que el chofer y su ayudante habían sido arrojados fuera del vehículo luego de desembarcar. Un hecho que nos habría parecido insólito sólo hace algunos años y que a su vez resulta imposible no asociar con la noticia informada por El Llanquihue, que dio cuenta de una pareja formada por un colombiano y una chilena que fue sorprendida en Frutillar transportando cuarenta kilos de marihuana.

Estos tres episodios, ocurridos en el curso de pocas semanas, nos revelan que el crimen organizado está presente de manera determinante en nuestra región. Particularmente espeluznante resulta la actitud de esos jóvenes presuntos delincuentes que despiertan admiración y respeto de otros jóvenes, pues nos hacen recordar los tantas veces oídos y leídos relatos del dominio que el crimen organizado ha llegado a alcanzar en barriadas populares y aún en pueblos y ciudades completas de Colombia, Centroamérica y México, bajo el temido y macabro lema de "plata o plomo". Poco tiempo atrás parecían relatos pintorescos y lejanos, irrepetibles en nuestro país… Sin embargo, ya están presentes entre nosotros.

El martes pasado, el gobierno presentó la que llamó "Política Nacional Contra el Crimen Organizado". La descripción del grado de desarrollo de ese flagelo en el país, situó a nuestra región entre las once regiones en que éste se hace presente de manera significativa. En Los Lagos, se dijo, el crimen organizado opera principalmente en el robo de salmones y maderas, el tráfico de armas y municiones, el robo de camiones pesados y de carga, la seguridad agroalimentaria y el narcotráfico. Por supuesto que para nosotros no es una novedad. Ya lo estamos viviendo a diario. Para quienes vivimos en Los Lagos y presumiblemente para el resto de Chile, el fenómeno resulta peor que una pandemia.

Por eso no nos queda más que bien recibir la noticia de que el gobierno intenta aplicar esa "Política Nacional". Sin embargo, cabe hacernos la pregunta, ¿estarán en condiciones de asumir el desafío en la magnitud que éste tiene? ¿Este gobierno, que hace sólo unos días indultó a delincuentes condenados por la justicia, aduciendo que no eran tales y con la convicción explícitamente declarada del propio presidente de que uno de ellos -a pesar de la opinión en contra de todo el sistema judicial chileno- era inocente? ¿Este gobierno, muchos de cuyos personeros hasta hace poco veían al delito como un problema derivado casi exclusivamente de la pobreza, la desigualdad o alguna categoría sociológica o antropológica más compleja y se ofendían si alguien utilizaba la expresión "delincuente" para referirse a quienes faltaban a la Ley? (Recuerden a una convencional reprendiendo a una especialista por usar ese término). ¿Podrán ellos aplicar la Ley y hacer valer el Estado de Derecho para reprimir a los delincuentes que ahora nos acosan? ¿Entenderán que la diferencia entre barbarie y civilización reposa, justamente, en la vigencia de ese Estado de Derecho?

Chile entero se conmovió esta semana por el asesinato a mansalva, y aparentemente planificado, del comisario de la PDI Daniel Valdés, quien fue ultimado a tiros la noche del martes en la puerta de su hogar en La Cisterna. Matar a un policía es la expresión mas nítida y brutal que la delincuencia ya ha cruzado todos los límites, frente a lo cual la sociedad debe reaccionar y particularmente las instituciones responsables de hacer cumplir la Ley.

Desde luego, yo deseo que sí sean capaces de hacerlo. Seré el primero en reconocerlo, si en nuestra región se producen avances significativos en esa dirección. Pero, por ahora, lamentablemente, sólo puedo dudar.