Es muy probable que más de alguna persona haya escuchado que luego de un partido de fútbol, futbolito o babyfútbol, los jugadores hagan un tercer tiempo, que consiste en un encuentro fraterno y de camaradería entre los contertulios. Esta acción imaginativa no se juega en la cancha, sino en algún espacio que acoge a los esmerados proyectos de futbolistas en un área común, fortaleciendo las relaciones del equipo.
Planificar el tercer tiempo no es tarea fácil, es menester tener la voluntad del equipo o parte de ellos, para forjar un vínculo sagrado donde se comparten los aciertos, se liman asperezas y se proyecta una que otra pichanga, en muchas ocasiones acompañado de algún bebestible o comestible que permita el diálogo ameno, festivo y sincero.
A veces no es fácil tener permiso para participar en todos los terceros tiempos del año, porque aproximadamente se ocupan de una a dos horas en un encuentro futbolístico de no tan buena calidad, pero vale la pena apelar a las conciencias de quienes viven con cada deportista para que comprendan que post partido viene el momento de la camaradería, donde se fraguan amistades, lazos familiares o se dialoga sobre las buenas y malas rachas que deparan nuestras canchas sintéticas y gimnasios. Al parecer, jugar a la pelota excede dos partes que persiguen un balón a una velocidad crucero, convoca a distintas personas que son capaces de unirse en torno a un proyecto y celebrar o lamentar los buenos y malos momentos, que muchas veces, sobrepasan las canchas.
El fallecido Papa Benedicto XVI explicaba el fútbol como un vehículo que permite formar virtudes, fraternidad y solidaridad, cuestión que se evidencia en estos encuentros que permiten aprender a vivir con otros, forjando redes que generan amistades y cercanía.
Es muy probable que Benedicto XVI no haya sabido qué era un tercer tiempo ni menos participado, pero estaría de acuerdo en que el cultivo de la solidaridad y la amistad se da entre los miembros de un equipo, ya sea fuera o dentro de la cancha, porque si algo tiene el fútbol y sus derivados es que permite unir a personas muy distintas en una causa común como jugar una pichanga, compartir una cerveza o ayudar a un miembro del equipo ante la adversidad, cosas que comúnmente se hablan en el tercer tiempo.
Juan Carlos Alvial, filósofo