La aceleración del tiempo
Durante la primera mitad del siglo XIX, hace más de 150 años, había ya una preocupación por la aceleración del ritmo de vida que imponía la modernidad. Existía antes, y más aún hoy, una gran ambivalencia relacionada con la aceleración del tiempo, celeridad que permite acortar los plazos para la realización de todo tipo de tareas, pero que genera la adicción a un producto social cuyo consumo crea efectos peligrosos, como son el estrés, la ansiedad y la depresión.
"Más rápido, más de prisa" es el lema actual. Y es también la mayor desgracia de nuestra época, la que nada deja madurar ya que al siguiente instante, lo previo se ha consumido y sólo quedan sus cenizas. Nadie, o casi nadie, se permite gozar ni sufrir, sino solamente matar el tiempo aceleradamente, saltando de una cosa a otra, de un trabajo a otro, de un mundo a otro mundo. El individuo post-moderno quiere ser un adelantado, quiere saber más, siempre más, para así colmar los deseos y pretensiones de una sociedad que lo todo, y al instante.
Esta verdadera tormenta podría llegar a tener algún alcance positivo, pero el enorme ruido ambiente que genera se interpone como un obstáculo prácticamente insalvable. El mundo globalizado se nutre perfectamente de acelerados mundos virtuales y digitales. Este arsenal digital se extiende desde el exterminio televisado de las nuevas guerras (reales), hasta la virtualidad imaginada de películas de ciencia ficción o videos, con secuencias de imágenes rápidas y cambiantes que son fieles representantes de una sociedad dedicada al goce y al entretenimiento, que se divierte dando muestras de una inmensa superficialidad, y que busca afanosamente una administración mal orientada del tiempo. Y los gobiernos, indecisos e inestables como niños mimados, no hacen otra cosa que acentuar esta percepción de apresuramiento y precipitación en todos sus actos.
Es una nueva forma de esclavización moderna que se manifiesta en la dictadura de la prisa y en la creencia de una dinámica de progreso ilimitado. Nietzsche lo expresa muy bien cuando manifiesta: "La carencia de tranquilidad lleva a nuestra civilización a una nueva barbarie" (Humano, demasiado humano). Los héroes y referentes actuales se equivocan constantemente porque se precipitan, porque en el fondo de su impaciencia son incapaces de ver el real sentido de la experiencia del tiempo, y toman siempre un camino acelerado a través acciones irreflexivas. Luego vienen las excusas.
Pero frente a la cultura del tiempo acelerado, existe también una cultura de la mirada tranquila hacia el espacio que nos rodea, de la contemplación con calma, del pensamiento y la conversación. Frente al no ver del que no puede ver, aunque mira, existe la posibilidad de mirar pausadamente, para luego entender. En algunos lugares remotos, en el campo, quizás en la Carretera Austral o el altiplano del norte, podrían darse esas oportunidades. Mucha falta hacen.