"Los ingleses de América" es la denominación instalada para y por nosotros desde los tiempos del auge salitrero, cuando defendimos los intereses de la banca inglesa, a fin de que ésta pudiera seguir engrosando sus cofres y billeteras. Pero lo "monárquico" nos viene de España. No hay que olvidar que el 18 de septiembre declaramos lealtad a Fernando VII, a quien Napoléon había propinado unas patadas poco nobles en el trasero. Por ello, la futura Constitución de Chile (que se mantendrá futura por mucho tiempo más) debería establecer que somos un Estado democrático y monárquico, que respeta los bordes de la soberanía española (agua, luz, carreteras), siempre y cuando no amenace -tampoco- nuestra devoción por la monarquía inglesa, que de tanto en tanto nos proporciona un matrimonio o un cadáver que permite cubrir toda la programación televisiva del país, con enviados especiales y gente sollozando de manera tan convincente, que produce un efecto multiplicador en nosotros, que tenemos tan bien asentada la condición de súbditos.
El que seamos un Estado democrático y monárquico no es razón para obviar que en Chile los milcaos deben cumplir con los chicharrones correspondientes, y que los bueyes arrastren todo lo que sea arrastrable, incluida la estupidez, además de consagrar la libertad de comer el mote con o sin huesillos. Hemos tenido muchos gobernantes que no se proclamaron reyes de nada, pero se desempeñaron como si fuesen reyes de todo. También, sujetos estrambóticos como el francés Orelie Antoine, que con decreto de su puño y letra se proclamó "Rey de la Araucanía". Esto fue en 1860, pero años después fue procesado, declarado loco y expulsado a su país, donde incluso dejó herederos de la Corona.
Ese mismo 1860, un tal José Menéndez emigró de su Asturias natal, vivió en Cuba y Argentina, radicándose finalmente en Punta Arenas, donde sin declaratoria de por medio se transformó en Rey de la Patagonia. Entre su habilidades para tejer fortuna destacó el instaurar la masacre sistemática de la etnia Selk Nam, en Tierra del Fuego. Esto le valió un prestigio incontrarrestable en el país, y los homenajes que todo eso conlleva.
La monarquía nos persigue, o viceversa. Un amigo de derecha me dice que si el gobierno aplica estados de emergencia acotados, no tendría por qué haber impedimento para instaurar una "monarquía acotada"… Y bueno, resulta esperanzador que hace un tiempo, en un reportaje televisivo, se consignara la presencia de un puesto de frutas llamado "El Príncipe de las Sandías". El propietario hizo una severa crítica a quienes se proclaman reyes de cualquier cosa. En cambio, a él le bastaba con ser príncipe. En términos sociológicos, algo es algo. Se avanza, sin duda, aunque falta determinar hacia dónde.