No es raro que alguien se formule la pregunta de cómo enfrentar la vida en el devenir de la cotidianidad de su existencia. A veces son tantas las situaciones complejas que se deben enfrentar, que no resulta extraño que uno se pregunte sin más cómo hacerlo.
La natural inclinación de los occidentales es a la prevención y la planificación; es decir, tratar de adelantarse a lo que va a ocurrir y así planificar las acciones conducentes para enfrentar preparado lo que viene. Así funciona una empresa, que debe prever lo que se aproxima y, en relación a esto, ajustar los procesos productivos y las decisiones de gestión para sortear las dificultades o aprovechar las bonanzas.
Si bien en nuestra vida hay muchas cosas que se pueden prever y enfrentar con una cierta planificación, también encontramos un sinnúmero de imponderables, aquellas cosas, circunstancias y experiencias inesperadas, no previstas ni menos planificadas. Buena parte de las sorpresas de la vida arriban a nosotros a través de los imponderables, a veces con buenas noticias y otras nos generan un gran desconcierto.
Para algunos, los imponderables son un problema, porque desarman, molestan e inquietan el orden que uno ha generado en su vida. En realidad, el tener que cambiar, salir de la comodidad de la rutina o de lo previsible, es siempre desafiante y, como tal, obliga a reflexionar y replantear muchas cosas. Por eso producen incomodidad.
Sin embargo, visto desde otra perspectiva, los imponderables pueden, además de desarmarnos, contribuir notoriamente a que se amplíe nuestra mirada de lo que somos y hacemos. La excesiva planificación y programación del futuro al final termina siendo una experiencia mezquina, pues no incorpora el frescor de lo nuevo e imprevisto. Los imponderables traen ciertamente esa novedad, la que siempre será fresca y vital en la medida que los acojamos con simpatía y curiosidad.
Para quienes tienen una mirada creyente, en los imponderables habla Dios, pues se expresa en la novedad de lo inesperado. La fe permite descubrir detrás de la formalidad de algunos acontecimientos, una trama que Dios mismo está tejiendo, en la que hace una nueva llamada a salir de nuestras comodidades.
Algo así le ocurrió a Pedro, cuando Jesús le dijo: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,10); y desde ese momento, dejándolo todo, lo siguió. Un imponderable le cambió la vida.
Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt