Un derrumbe que pudo ser tragedia
La remoción en masa de Pelluco fue una campanada de alerta acerca de la importancia de gobernar tomando decisiones y sus posteriores acciones. Tanto el gobierno anterior como el actual pecaron en su momento de inacción. Afortunadamente, tal actitud no arrojó la pérdida de vidas.
Hasta el lunes de esta semana, la toma de Pelluco en Puerto Montt representaba sin duda lo peor del mundo público y de los actores políticos del país, no por las familias que por desesperación se fueron instalando progresivamente en un sitio que era y es a todas luces peligroso, sino que por la vergonzosa inacción de autoridades de distinto color político, que a pesar de las múltiples advertencias, prefirieron ir mirando hacia un lado en lugar de tomar decisiones dolorosas, pero que salvaguardarían vidas. La espiral de la vergüenza comenzó en rigor durante el gobierno pasado, cuando hace unos dos años atrás se hizo demasiado evidente que la toma se había desbordado y la Gobernación Provincial, en vez de impedir su crecimiento, optó por deslindar responsabilidades y apuntar hacia el dueño del terreno, la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE), como si esta fuese una compañía privada y sin conexión con el gobierno de turno.
El Poder Ejecutivo que asumió en marzo también decidió mirar hacia el lado y evadir responsabilidades, quizás direccionado por la dificultad para adoptar decisiones impopulares en un año electoral. No tan diferente, por cierto, a lo que hace o no hace cualquier gobierno. Frente a la evidencia de remociones en masa prácticamente inminentes, según los informes técnicos, la autoridad apostó por mesas de trabajo intersectorial y evocaciones a la dignidad, como si un desastre natural pudiera tener alguna consideración hacia maniobras administrativas de este tipo.
Afortunadamente ya se ha puesto en marcha un dispositivo del mundo público para erradicar a las decenas de familias que viven ahí e imposibilitar (lo ha prometido EFE) la instalación de nuevas viviendas precarias. Pero no ha sido por una aguda determinación del gobierno ni por un plan previamente diseñado, sino que por la fuerza de la naturaleza que el lunes dio cuenta del riesgo mediante un derrumbe que sepultó una casa y que bien pudo haber terminado en una masacre.
Este episodio debe servir de lección para asumir que gobernar significa decidir y actuar, teniendo siempre de vista en primer lugar la protección de la vida de las personas, su dignidad y su respeto.