"Linda la minga, la minga de Chiloé"
¿Lo recuerda?, probablemente todos en el sur, alguna vez, entonamos el estribillo de "Linda la Minga", la canción con la que Richard Rojas, su autor, y Santiago del Nuevo Extremo, sus intérpretes, obtuvieron el segundo lugar en la competencia folclórica del Festival de Viña del Mar en 1981. Richard Rojas, que falleció en 2007, luego de una fecunda vida dedicada al folclor en grupos tan recordados como Cuncumén o Lonquimay y en programas radiales igualmente recordados. como "Chile ríe y canta", no obstante ser santiaguino interpretó fielmente el sentimiento y las costumbres del sur. Y en particular de Chiloé, nuestra querida isla, en la que la minga sigue estando presente como uno de los elementos identitarios más profundamente enraizados en el carácter de su gente.
Y en el centro de la minga están los bueyes. Son tan o más importantes que el curanto para reponer fuerzas por el trabajo realizado o la chicha de manzana necesaria para combatir la sed. Unos bueyes grandes y robustos a los que les corresponde el trabajo más pesado y que, enyuntados en parejas, deben ser picaneados sin descanso para que puedan realizar su labor. Parece una escena de postal de febrero en Chiloé, ¿verdad? Y sin embargo, corre el riesgo de desaparecer porque, según el artículo 305 del proyecto de Constitución elaborada por la Convención Constitucional, los bueyes, como el resto de los animales, deben ser "… sujetos de especial protección. El Estado los protegerá, reconociendo su sintiencia y el derecho a vivir una vida libre de maltrato". Y si son "sintientes", sin duda los bueyes han de sentir el yugo, la picana y esfuerzo que deben hacer para que los seres humanos que los rodean puedan llevar a la práctica la tradición y tan útil como pintoresca minga comunitaria.
Y en tal caso el Estado, cumpliendo el mandato constitucional de proporcionarles "una vida libre de maltrato", deberá prohibir el uso de bueyes en las mingas y, quizás, imponer su remplazo por, tal vez, tractores que, como es sabido, no son sintientes. Y qué decir de aquello que "de las fiestas de los campos chilenos, un rodeo es lo mejor" y "échame un novillo por la medialuna, junto a la bandera le hago la atajá" (esta la cantaban otros grupos folclóricos). Seguro que lo que siente el novillo que es atajado junto a la bandera no debe ser nada agradable de modo que, ya se sabe, por mandato constitucional deberá ser reemplazado por… la verdad es que no se me ocurre qué pueda reemplazar a un novillo en un rodeo, pero seguro que ya se les ocurrirá algo a quienes quieren evitar el mal rato que pasa el sintiente animalito (a propósito, yo prefiero el fútbol o el básquetbol a los rodeos, pero sólo va como ejemplo de una tradición de nuestra gente de campo).
Y puestos a pensar en ello: ¿habrá que sustituir también el asado al palo por algún sustituto que libere de su suerte a los sintientes corderos?
En este, como en muchos otros casos, los muy bien intencionados intelectuales que escribieron el proyecto constitucional se dejaron llevar por las ideas que han concebido en los pasillos de las universidades o que leyeron en libros de moda. Buenos sentimientos para con los animales de parte de quienes probablemente nunca han convivido con ellos, a menos que se trate de algún perrito o gatito casero. Pero ninguna cercanía, claro, con el país real y mucho menos con el sur o con Chiloé. La gente de trabajo que hace mingas o que se divierte en el rodeo, ama y respeta a sus animales. Han convivido con ellos por centurias, los reconocen como seres a los cuales necesitan, pero no los idealizan ni los convierten en objeto de adoración, como también han tratado de hacer los convencionales con la naturaleza.
La verdad es que no son ellos quienes van a enseñarle a la gente del sur a convivir con sus animales y seguramente los chilotes seguirán haciendo mingas en febrero, porque esa es su tradición y, aunque los convencionales no lo crean, ellos sí quieren a sus animales.