Cosmovisión actual
Unas cinco décadas atrás, solíamos ir regularmente con mi madre y hermanos a la casa de mis abuelos. Allí estaban además algunos tíos y parientes mayores, quienes nos contaban historias de un Chile que ya en aquella época estaba desapareciendo y que ahora simplemente se esfumó en el tiempo, dentro de un aire enrarecido donde todo parece ser gris. Era indudablemente un país más pobre, pero de gente austera, sencilla y de sólidos principios.
Para un observador de la realidad, no resultará difícil darse cuenta que nos hemos ido transformando en una sociedad nihilista, donde sobresalen el escepticismo y la incredulidad frente a todo. Lo preestablecido toma el carácter de un asunto dogmático, de algo que debe considerarse como negativo y por lo tanto rechazado, y cambiado. Todo es refutable, relativo y rebatible. Esta cosmovisión está muy en boga en nuestros días, ha ido adquiriendo una velocidad extraordinaria y ha resurgido para definir a la sociedad chilena actual en la mayoría de los casos. Principalmente por quienes se arrogan el derecho de modificar en los más profundo nuestra manera de vivir, como se da ahora desde los grupos y colectivos más extremos.
Es asunto de mirar a nuestro alrededor para saber que las cosas están lejos de ser perfectas, o que marchan por un buen derrotero, particularmente en Latinoamérica y más particularmente en Chile. La glorificación de lo material se ha instalado, de manera tal que ya ni siquiera la violencia y el fuego nos conmueven por más de unos instantes. Y los líderes políticos se encargan de dar vuelta rápidamente la página, ofreciendo bonos, descuentos y ayuda monetaria a cambio.
Así, la gente va perdiendo la fe, no simplemente en un "Ser Superior" sino que en muchos aspectos del sistema propiamente tal; se duda de las personas y hasta la familia ya no es del todo confiable. El ser humano se siente solo y a menudo ni siquiera se tiene a sí mismo. Esta situación antes era aplacada por la religiosidad, es decir, había un gran peso moral que hacía que la gente se comportara bien, por lo menos ante los demás, aunque no fuera por otra razón que la de "ganarse el cielo". Pero ya no, se ha perdido la compostura, y desde las visiones más radicalizadas nos dicen que somos libres de actuar a nuestro arbitrio, pues no se tiene que probar nada a nadie. Se falsea la verdad abiertamente y el orden moral queda sujeto simplemente al ser humano como individuo, a la voluntad de cada cual.
De esta manera, nos encontramos absolutamente a la deriva, buscando respuestas en un devenir de pensamientos, cavilaciones y acciones inútiles - sin que prime una visión estructurada y meticulosa del devenir colectivo -, para finalmente llegar a pocas o ninguna conclusión y darnos cuenta de que estamos donde partimos, en estado cero, nada, "nihil". Pasa el tiempo, pasan eventos crueles, mientras la gente continúa pensando sólo en qué va a "consumir" mañana.
Podría afirmarse que estamos sufriendo las consecuencias de la excesiva importancia que la modernidad le ha otorgado a la "subjetividad" y a la herencia nihilista de Friedrich Nietzsche. Pero ante una sociedad que enfrenta una severa crisis existencial e institucional, no sirven la resignación y la indiferencia. Se requiere, sobre todo, lucidez, discernimiento y equilibrio mental para mejorar nuestra realidad - no sólo económica -, y aumentar significativamente la dignidad como personas.