Ya se cumplió un año de la partida de Viviana Silva, técnico en enfermería, y Walter Araya, tecnólogo médico, funcionarios del Hospital de Puerto Montt, quienes dieron todo de sí en los momentos más crudos de la pandemia, donde poco y nada se sabía del covid-19 y no estaban masificadas las vacunas.
Mirando retrospectivamente, es obligatorio hacernos una pregunta fundamental como comunidad porteña, ¿qué hemos aprendido del ejemplo de estas dos personas que dieron su vida por salvar a otros?
En primer lugar, creo pertinente recalcar la responsabilidad, el profesionalismo y la humanidad que tuvieron estos dos agentes del mundo de la salud en sus labores, aun sabiendo que el día de mañana no podrían seguir con vida.
Este ejemplo no es sólo una declaración de principios, más bien es un llamamiento a los futuros técnicos y profesionales de este rubro a seguir sus huellas, ya sea humanizando la técnica o no claudicando en la entrega a otros, incluso en los momentos más complejos de la vida humana.
En un segundo lugar, hay una gran lección para la comunidad en general, en cuanto a la manifestación de la pequeñez y vulnerabilidad de nuestras vidas, sabiendo que en cualquier momento podemos enfermarnos gravemente o dejar el plano terrenal, inclusive ante un virus imperceptible a nuestros sentidos, evidenciando que no somos inmortales.
La obra de Viviana y Walter deja un legado a la historia de nuestra ciudad, la cual es obligación narrar a nuestros niños y jóvenes, porque en tiempos donde muchos estuvimos resguardados en nuestras casas, regañando contra el teletrabajo o el poco espacio de nuestros hogares, hubo muchas personas arriesgando sus vidas en una épica batalla que aún continúa.
Los nombres de Viviana Silva y Walter Araya no deben desaparecer de la memoria colectiva, porque son el reflejo de personas de esfuerzo, con grandes ideales como salvar la vida. Muestran el lado humano de los funcionarios de la salud, nos hacen ver que importan más las personas que las cosas y, finalmente, son nuestros héroes sin capas, quienes dieron su último aliento en una pandemia que aún está en desarrollo.
Juan Carlos Alvial, filósofo