Las recurrentes crisis planetarias, económicas y sobre todo sanitarias, llevarán al Estado-nación a grandes cambios en su conformación. Este punto de inflexión no tiene un tiempo previsto, pues los eventos que conducen a ello son complejos y las dificultades a controlar, amplias y profundas. Los signos que van dejando estos sucesos, empero, son claros y contundentes. A medida que pasan los años, hay más personas indignadas e insatisfechas que salen a protestar a la calle. Ahora se agrega a la ecuación la permanente zozobra causada por el coronavirus.
Entre las poblaciones pobres del mundo, esta compleja situación seguirá generando angustias, tensiones sociales y furia; las guerras y migraciones forzadas serán frecuentes y numerosas. Tras años de estudio, se concluye que el sistema sólo alcanza para que una determinada y pequeña parte de los habitantes del planeta pueda vivir según los estándares económicos modernos en cuanto a educación, alimentación, salud, vivienda, inserción laboral, consumo y tiempo libre. El cruel resultado de ello es que a pesar de conferencias internacionales y buenas intenciones para erradicarla pobreza, la realidad nos muestra que pobreza y desigualdad están omnipresentes y aumentarán su presencia a medida que el creciente desorden destruya a Estados débiles, cuyos sistemas de gobierno fueron impuestos por potencias coloniales en zonas conflictivas y desvalidas.
El mundo está transitando hacia el surgimiento de formas de gestión y de direccionamiento del poder totalmente distintas, que en su futura evolución no tendrán una similitud simétrica con las estructuras públicas de los últimos 200 años para ejercer el poder político, en que se impuso la democracia liberal como forma de gobierno dominante. En esa época, la separación de lo público y privado se irá haciendo más difusa. La vida política, económica y social de individuos e instituciones fluirá a través de una amplia red de distribución, intercambio e información, con sofisticados sistemas de fiscalización y control. En ese futuro no tan distante, el orden público quedará asegurado a través de mecanismos de regulación y coerción tremendamente eficientes, inevitables y rara vez apelables. Algo de esto ya está comenzando a imponerse, de manera incipiente, en algunos sectores de Occidente y también de Oriente, habida cuenta de las recurrentes crisis financieras, económicas, políticas, sociales y humanitarias que asolan al planeta. Chile se ha destacado en este sentido, con un Estado que ejerce controles cada vez más estrictos sobre la población, para "prevenir" los problemas causados por las diferentes mutaciones del coronavirus.
En ese futuro tiempo visualizado, no sólo se tendrá un poder local, sino que también mundial. Cada región, sector o proceso económico accederá, de acuerdo a su potestad relativa, a diversas instancias de decisión que, en forma escalonada, administrarán la operación de una enorme "tecnoestructura" planetaria, muy distinta a la meramente empresarial descrita por John K. Galbraith medio siglo atrás en su obra "El Nuevo Estado Industrial", pues a futuro esta organización tendrá una clara orientación hacia el control político.