Los humanos nos fuimos empoderando a través de los siglos, hasta llegar al estado actual donde somos individuos creadores de sistemas, capaces de oponernos y modificar aquello que no parezca legítimo, a través de los medios políticos que se han establecido para resolver estas situaciones. Es en este punto donde la noción de la libertad moderna se muestra claramente. La idea de individuos independientes hizo que la libertad migrara desde el espacio público - la antigua polis griega (ciudad estado) y su institucionalidad basada en una democracia directa, la cual sería actualmente incapaz de satisfacer la libertad -, hacia el espacio privado. Ofreciendo hoy una noción vinculada con la autodeterminación de los intereses y acciones individuales, dentro de un marco colectivo constituido por un sistema representativo, democrático.
Ahora bien, el concepto de libertad individual no siempre fue así. En la Grecia clásica, una persona era libre sólo en tanto era capaz de influir en los temas públicos. Esto como consecuencia de la concepción antropológica que se tenía. Para Platón y Aristóteles, lo que caracterizaba a los humanos era el tener una posibilidad ética, la cual sólo podía ser plenamente realizada a través de la justicia, es decir con el cumplimiento de las leyes. Como consecuencia, el Estado se convirtió en un ser que recogía en sí los más altos aspectos de la existencia humana y los repartía como dones propios. De esta concepción se llegaba a la negación de una construcción ética basada en la interioridad del hombre, del individuo (lo cual cobra gran relevancia en momentos en que se razona sobre la nueva Constitución). Antes - pero no puede ser ahora -, el hombre debía su existencia a la vida dentro de la polis, es decir, al Estado.
Entre los antiguos griegos, por lo tanto, el individuo era habitualmente soberano en los asuntos públicos, pero muy poco libre en todas sus relaciones privadas, ya que no había nada de los aspectos personales que no estuviera sujeto a la regulación de la comunidad (un Estado "hermano mayor"). Esto se puede constatar claramente en el juicio a Sócrates, donde se le acusó y condenó por no creer en los dioses de la polis y otros aspectos o gustos netamente personales, y que en la mayoría de las democracias modernas quedan fuera de la incumbencia de la sociedad.
En aquella época existía una concepción de la libertad a través del ejercicio público. Se deliberaba en la plaza pública sobre las leyes, la gestión de los gobernantes y la justicia como un colectivo, todo lo cual era una parte fundamental de la vida en la polis, donde la soberanía se ejercía directamente. Los antiguos se pensaban libres, pero concebían dicha libertad sólo a través de la política y el espacio público (lo comunitario), no así sobre un ejercicio de los derechos individuales como sí acontece en los tiempos actuales; derechos que por ningún motivo debemos permitir que sean vulnerados, en ninguna instancia.