Dos incendios registrados en menos de diez días en Puerto Montt bastaron para que desde Bomberos se levantara la voz de alerta. Y no precisamente por las causas, la magnitud o la disponibilidad de agua para combatir el fuego, que es lo más usual, sino que para elevar un enérgico reclamo en contra de Saesa, la empresa distribuidora de electricidad en la ciudad, por la tardía respuesta que demostraron en ambas emergencias: los operarios llegaron prácticamente una hora después para suspender el suministro de energía, lo que complicó visiblemente el trabajo de los voluntarios.

Esto se hizo particularmente complicado en el siniestro que se desató el domingo en la mañana en la céntrica calle Illapel, a pocos metros del Mall Paseo Costanera, donde las llamas consumieron un hospedaje y dos restaurantes, todos los cuales, afortunadamente, tenían pocas personas en su interior. Allí, la dificultad para acceder al añoso inmueble exigía el uso de dos escalas mecánicas de Bomberos, pero la ausencia de alguna cuadrilla o representante de Saesa no daba ninguna garantía sobre el corte del suministro eléctrico, por lo que se tuvo que desechar el apoyo de las escaleras. Si se hubiese necesitado recurrir a las escalas para rescatar a personas desde el segundo piso de la hospedería, sencillamente no se habría podido, con consecuencias que con toda seguridad habrían sido trágicas.

Dentro de las escasas informaciones que ha entregado Saesa, se ha afirmado que el servicio eléctrico se suspende automáticamente en caso de un incendio. Pero esto es bastante pobre. En la vorágine del combate contra el humo y las llamas, con la adrenalina a tope para resguardar las vidas humanas y la propiedad amenazada, es cuando se necesitan certezas absolutas. No tenerlas en cuanto al corte del suministro eléctrico genera el mismo efecto que sí hubiese electricidad: se inhibe el trabajo de los bomberos.

Es de esperar que la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SAE), mandatada por el delegado presidencial para allegar posiciones, consiga acuerdos prácticos; y que la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) asuma algún grado de protagonismo, pues hasta ahora ha estado prácticamente ausente.

Hace algunos días murió un trovador belga -Julos Beaucarne-, quien, entre muchas de sus virtudes, se preocupó permanentemente por poner en valor la cultura chilena en el mundo francófono. Fue un notable humanista, emocionado e inspirado en los valores de la diversidad, el respeto y la cordialidad. Una de sus canciones nos dice: "Tu Cristo es judío, tu coche es japonés, tu cuscús es de Argelia, tu democracia es griega, tu café es brasileño, tu chianti es italiano, y culpas a tu vecino por ser un extranjero".

La diversidad es un rasgo característico de nuestra modernidad, de nuestra realidad, del mundo que hoy nos corresponde vivir; no podemos escapar de ella. Nuestra idea de humanidad debe estar construida sobre la base del respeto y la convivencia con mundos que son distintos a los que consideramos nuestros o simplemente propios.

Sin embargo -y esto forma parte de nuestras reacciones frente a los debates sobre la diferencia interna y frente a aquella que viene de afuera-, también es cierto que muchas veces la "defensa" de una política de lo distinto y de una concepción multiculturalista de la sociedad, suele conducir a un cuestionamiento radical de la propia idea de ciudadanía moderna, como si ella ya fuese incapaz de responder a las expectativas de igualdad de las filiaciones culturales y sociales inherentes a nuestras sociedades. No existiría un ciudadano, sino ciudadanos y ciudadanas en plural.

Esta forma de ver el problema nos lleva a una consecuencia bastante predecible; a saber, que es necesario redefinir la ciudadanía, generalmente ordenada a la norma cultural mayoritaria, reconociendo los reclamos de los ciudadanos y ciudadanas pertenecientes a minorías culturales o que se han desplazado -o han sido desplazados- desde otros territorios. La concepción universalista de ciudadanía debe asimilar los cambios en la sociedad, debe dar paso hacia una visión "multicultural", garantizando así los derechos específicos de estas minorías, a fin de resguardar la libertad y dignidad de todos y todas.

Una segunda consecuencia de este enfoque de ciudadanía nos obliga a redefinir sus fronteras tradicionales desde la perspectiva multiescalar, valorando la realidad local, los territorios intermedios y situándonos, al mismo tiempo, a la escala del mundo, espacio al que también pertenecemos y del cual debiésemos exigir respuestas articuladas para resolver los problemas vitales que son comunes a todos los seres humanos.

Marcel Thezá Manríquez, investigador

del Ceder de la Universidad de Los Lagos

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