El pago de Chile queda graficado en toda su dimensión con las bajísimas pensiones que reciben las grandes mayorías en el país. La pensión mediana está por debajo de los $ 210.000 mensuales, lo que significa que el 50% de los jubilados obtiene ese monto, o una cifra inferior. Son muchas las soluciones que se han discutido, pero los cambios al sistema actual demorarían más de un lustro en surtir efecto.
Somos uno de los países que genera menos beneficios para sus pensionados dentro de la OCDE. Las razones pueden ser múltiples, sin embargo, la realidad es una sola. En Chile estamos acostumbrados a tratar mal a nuestros ciudadanos. El Estado cobra por todo y en todos los ámbitos, pero el dinero a menudo se despilfarra (cuando no desaparece entre las fauces de los municipios y otros). Y en el ámbito privado, las grandes empresas se acostumbraron a tener una enorme desconsideración para con los consumidores, manipulando precios, calidad, publicidad y otros factores de mercado. No todas, por cierto, pero sí muchas. Las medianas y pequeñas compañías deben luchar contra el poder ejercido por los grandes conglomerados. Hay nobleza entre los más pequeños, puesto que se esmeran y siguen adelante a pesar de la inmensa gama de trabas y dificultades que encuentran, más aún ahora en pandemia.
El empresariado, sobre todo el más grande y poderoso, debe mostrar nobleza en su accionar. También más cariño por el país y su gente, en especial con los menos privilegiados, los jubilados, los ciudadanos de a pie. Personalmente, creo en la libertad del individuo y en los beneficios del emprendimiento, pero con amor hacia Chile y nobleza de espíritu. Esto último podría parecernos obsoleto en la actualidad, tanto en lo que se refiere al término nobleza como al del espíritu. Bastante oxidada y olvidada está la idea fundamental que animó el humanismo desde siempre, y que se situaba en la base de la conciencia de nuestra sociedad. Esa nobleza que nos insta a rechazar la falacia y el pragmatismo acomodaticio que destruye la dignidad individual, para apostar por la valentía aún a costa de nuestros intereses particulares; por la búsqueda de la transparencia, y por el triunfo del saber sobre la ignorancia. Esto es lo que se podría entender por "nobleza de espíritu". Unos valores que han quedado olvidados, espero que no para siempre, entre las montañas de objetos físicos que los sustituyen, especialmente en el mundo de quienes buscan la opulencia.
La actitud de las personas que se regulan por esa nobleza de espíritu contrasta profundamente con la laxitud moral del Chile actual, un hecho constatado que se expresa cotidianamente en una multitud de escándalos de corrupción -principalmente políticos, pero no de manera exclusiva - y la falta de una reacción más vigorosa ante comportamientos públicos viles. Hay una permanente justificación de estos hechos por parte, no ya de sus protagonistas, sino de sus allegados y de los partidos a los que pertenecen. Pero, lo más grave sería, sin duda, que la esperada reprobación de los ciudadanos no se materializara durante el próximo proceso eleccionario.