V ivimos momentos de confusión y desorden, con demasiada gente opinando sobre temas que no entienden, que no conocen, o que simplemente no están preparados para abordar eficazmente. Hay una incomprensión, una ignorancia de los chilenos hacia su realidad, que los hace cometer los mismos errores una y otra vez, porfiadamente, tozudamente diría mi padre, Miguel Serrano.
En mis largas conversaciones con él durante el siglo pasado, visualizábamos lo que vendría después, en un futuro no tan lejano. El llamaba a los vaivenes de nuestra mentalidad, una "inestabilidad telúrica". Sí, esta falta de compresión hacia lo que es Chile y su maravillosa pero extraña naturaleza, para mi padre explicaba gran parte de los problemas psíquicos que afectan al pueblo de este país. Para conocer mejor lo que somos, hay que adentrarse profundamente en su paisaje físico y espiritual, decía hace muchos lustros ya, cosa que muy pocos quieren realizar hoy en día. No hay tiempo para "asuntos tan superfluos", pensarán las grandes mayorías. Y así estamos ahora, integrados a través de una inmensa y omnipresente red electrónica, pero solitarios y desorientados.
Viajó hasta la Antártica, conociendo intensamente el sur de Chile, sus mitos y leyendas, especialmente de los Selk'nam de Tierra del Fuego, y tantos otros. Al recorrer ese mundo, se daba cuenta que el habitante actual está completamente triturado, no es nada, en comparación con la majestuosidad de un paisaje terrible, tremendo, formidable. Y al sentir eso, pudo comprender que existe una lucha constante con la naturaleza, que hay un desequilibrio enorme entre el hombre y el paisaje, entre la belleza del paisaje y la pobreza, casi fisiológica, del habitante, del chileno.
Es como si nosotros fuéramos destruidos por el paisaje, como si el paisaje nos negara alguna sustancia necesaria para la subsistencia. Hay algo que flota en la atmósfera y que la enrarece, haciéndola a veces insufrible. Y nos desquitamos destruyendo la naturaleza, explotándola de manera mercantil, como unos consumados "mercachifles".
El respeto existía en otros tiempos, ahora ya está un poco perdido por la mecánica, por la cibernética y la electrónica; se hace sumamente difícil la posible relación entre los chilenos y el paisaje, pues sólo existe un deseo de dominio de la naturaleza. Es casi imposible una verdadera complementación. No hay tiempo para ello.
Mis recuerdos de esas conversaciones no son sólo una cuestión nostálgica, de un pasado distinto y más pleno. En algún lugar de Chile hay todavía unos pocos que viven en y para el mundo natural. La modernidad se refiere a ellos despectivamente, considerándolos "primitivos", o incultos, mientras ellos permanecen sanos de mente y cuerpo. Entretanto, en las urbes más importantes del país quieren realizar grandes cambios abstractos, hipotéticos, que generalmente terminan siendo papel picado.