Una sociedad nihilista - como la actual -, es aquella que se caracteriza por el escepticismo y la incredulidad frente a todas las cosas; los valores son rechazados y lo preestablecido toma el carácter de algo que debe considerarse como negativo. Todo es refutable, todo es relativo y rebatible. Para el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el nihilismo supone la pérdida de todos los valores. Esa cosmovisión está muy en boga en nuestros días, sobre todo ahora en pandemia, y ha resurgido para definir en muchos casos al mundo posmoderno.
Es asunto de mirar a nuestro alrededor para saber que las cosas están lejos de encaminarse por un buen derrotero, particularmente en el mundo occidental. De hecho, a pesar de que se aclama "la globalización y la libertad", lo cierto es que, ya sea bueno o malo éste paradigma, la libertad del individuo está condicionada casi exclusivamente por el poder adquisitivo. Es decir, a más dinero, mayor grado de libertad para las personas. Nuevamente, la pandemia ha dejado al descubierto esta cruda realidad.
Así, la gente va perdiendo la fe en todas las cosas, no simplemente en un ser superior, sino que en muchos aspectos del sistema propiamente tal; se duda de las personas y hasta la familia ya no es del todo fiable. El ser humano se siente sólo y a menudo ni siquiera se tiene a sí mismo. Esta situación antes era aplacada por la religiosidad, es decir, había un gran peso moral que hacía que la gente se comportara bien, por lo menos ante los demás, aunque no fuera por otra razón que la de "ganarse el cielo". Pero ahora no, ya no se tiene que probar nada a nadie, y el orden moral está sujeto simplemente al ser humano como individuo, a la voluntad de cada cual. Es así como nos encontramos absolutamente a la deriva, buscando respuestas satisfactorias en un devenir de pensamientos, meditaciones y cavilaciones, todo para llegar a pocas o ninguna conclusión y darnos cuenta de que estamos donde partimos, en estado cero.
La Iglesia, a pesar de que todavía conserva muchas fortalezas, ahora se le podría atribuir un cierto poder político antes que moral. Pero la sociedad "necesita" tener iglesias estables, como algo a lo que se pueda recurrir, ya que, si bien es cierto que cada vez la gente está siendo menos creyente y más individualista, también es normal ver cómo las personas desesperadas acuden a rezar a una iglesia cuando se ven en situaciones difíciles, que no pueden superar por sí mismas. Tienden a colgarse de Dios sólo cuando es absolutamente conveniente. Sin embargo, la gran mayoría de las veces buscan respuestas por otros medios, en estratos más mundanos y materiales.
Se puede decir que la posmodernidad está sufriendo las consecuencias de la excesiva importancia que la modernidad le ha otorgado a la "subjetividad" y a la herencia nihilista. Se comprueba que hoy no solo se mata impunemente a las personas, sino que también se matan principios, instituciones y las esperanzas de muchos.