La estupenda película chilena "El agente topo" trata con maestría un tema que hoy está más vigente que nunca, después del advenimiento del coronavirus: las residencias de ancianos y el presunto mal trato que se les dispensa al interior de los establecimientos de larga estadía.
Con el propósito de investigar este tema Sergio, un adulto mayor, es contratado para hacer de espía en una residencia fuera de Santiago, pero poco a poco la trama va derivando hacia una fuerte crítica de las modernas sociedades que dan la espalda a sus mayores y los retiran, como muebles viejos, a lugares donde no molestan, no ocupan y ni quitan tiempo. El camino que sigue nuestro detective topo para conseguir su objetivo le obliga a conocer a las residentes femeninas, mayoritarias en el establecimiento, quienes se irán encariñando con él y muchas conectarán rápidamente con su caballerosidad, aunque en otro momento quizás no lo reconozcan. Surge una mutua solidaridad espontánea, esa amistad del solitario que necesita nuevos alicientes para soportar el enclaustramiento en un lugar alejado de la familia, de los seres queridos durante una larga vida, y en el que los recuerdos y el deterioro físico se van haciendo presentes en el día a día de los residentes. El personaje de Sergio va evolucionando y ya no es meramente un espía contratado para una misión, sino un residente más con fuertes lazos de amistad y cariño hacia el resto.
Indudablemente, hay acá una denuncia concreta hacia todas aquellas personas que encierran a sus mayores con la excusa de no tener tiempo para ellos, o un espacio para albergarlos en casa, y después se olvidan de su existencia y ni siquiera les visitan. El trato que los ancianos puedan recibir en dichos establecimientos ya no es el foco de preocupación, la excusa por así decirlo, pues todo está señalando que somos nosotros como hijos, nietos, parientes, los verdaderamente culpables de este abandono.
Deben ser muy pocos los lugares en Chile donde estas situaciones no sucedan con demasiada frecuencia, sobre todo en las grandes urbes. El mundo rural quizás se escape un poco de la tónica; en el Norte, o en el Sur profundo. La cultura chilota, que se hace fuerte desde Puerto Montt hacia los confines del país, ciertamente privilegia e incorpora a los mayores, reservándoles un lugar especial dentro de la familia extendida. Pero la vida moderna y altamente tecnologizada a menudo desprecia estas costumbres, no hay tiempo para tanto "sentimentalismo", cavando así con toda certeza su propia tumba.
¿Qué nos harán cuando se cumpla nuestro ciclo, qué nos mereceremos? Quienes vean esta necesaria e impactante película, deberían tratar de asumir en sus consciencias que el problema siempre somos nosotros como individuos, no el resto de la sociedad.