Adiez meses de la llegada de los primeros casos de la pandemia del covid-19 al país, el cansancio y frustración de los equipos de salud en hospitales y clínicas es cada vez más evidente. Convivir a diario con la peor cara del coronavirus en las salas de urgencia y, por añadidura, el temor permanente a contagiarse tanto ellos como su entorno familiar, ha ido provocando una mella en su salud y tranquilidad que debe ser considerada en toda su magnitud por la ciudadanía, en particular por quienes increíblemente, a estas alturas, hacen caso omiso a las reiteradas prevenciones de las autoridades y los expertos para evitar aquellas conductas de riesgo que casi con toda certeza les significará, tarde o temprano, convertirse en un paciente o un caso asintomático.

Tal como ha quedado patente en la edición dominical de El Llanquihue, tan relevante como el agotamiento físico lo está siendo también la frustración que experimentan médicos, enfermeras y técnicos al comprobar que más allá de los muros del centro asistencial, hay personas que no usan mascarilla y no mantienen el distanciamiento social. El contraste debe ser chocante. Permanecen en turnos agotadores tratando de salvar la vida de los pacientes más graves, con el peligro latente de adquirir el virus y llevárselo, además, a sus familiares, pero cuando salen del hospital camino a sus domicilios, se encuentran con vivas postales de familias en plazas o filas sin ningún cuidado por el distanciamiento social.

No obstante, más impactante para ellos debe ser comprobar que hay personas, profesionales reputados, incluso, que dudan de la veracidad de la pandemia. Apelan a rocambolescos planes de dominio mundial de los cuales no hay más evidencia que la propia imaginación y sitios de internet de dudosa procedencia, haciendo caso omiso de los antecedentes duros y serios que entregan médicos y científicos en los medios de comunicación de trayectoria. Este es un peligro real al cual hay que ponerle atención, pues tal como se ha observado a nivel mundial, las mentiras tienen una velocidad de propagación inquietantemente veloz.

Desde octubre pasado, en Frutillar se está ejecutando el "Quiero Mi Barrio" en el sector Nueva Pantanosa, un exitoso programa nacional del Ministerio de Vivienda enfocado en el desarrollo de barrios estratégicos. Recientemente participamos de una actividad donde nos invitaron a evocar los recuerdos de nuestra niñez y los barrios en los que crecimos. La reflexión que surge es que de estos buenos o malos recuerdos depende en gran medida la transformación de niñas y niños en ciudadanos comprometidos con su ciudad.

Las urbes han crecido para ser poco amigables con niños y jóvenes, por ejemplo, al priorizar el movimiento vehicular por sobre la infraestructura peatonal o tolerando la proliferación de plazoletas en espacios residuales, que se limitan a cumplir con la norma, sólo por mencionar un par de ejemplos. ¿Por qué es urgente cambiar esto? Porque el vínculo ciudad-ciudadanía es algo más profundo que una fría interacción entre un espacio y sus usuarios. Un espacio público pensado con cariño promueve habitantes que valoran, cuidan y se enorgullecen de su ciudad, y se traduce en una comunidad participativa que vela por su cuidado y piensa en los grandes desafíos del futuro con una mirada proactiva.

En Frutillar, mientras se gestiona la ejecución de un parque llamado a transformar radicalmente un pozo de lastre ubicado en el corazón de la ciudad, ya se pueden ver los avances de la primera pista de bicicross asfaltada y pública del país. El proyecto es fruto de una inédita colaboración público-privada que ha contado con el apoyo transversal del municipio, Plades, la donación de la empresa Parkland, Fundación Mustakis y el generoso aporte de empresarios locales.

Esta infraestructura deportiva ya se está posicionando como un punto de encuentro de jóvenes de todos los barrios de la ciudad, y su activa colaboración en el proceso de este proyecto nos demuestra que hay gran interés por participar en la creación de ciudad; sólo debemos abrir espacios y facilitar una participación oportuna y vinculante.

Los niños, niñas y jóvenes de hoy serán los alcaldes, concejales, empleados, empresarios o emprendedores de 2030. Invitamos a comprometernos con la construcción de ciudades enfocadas en su desarrollo integral y entregando no sólo el soporte físico, sino que una emocionalidad positiva para construir el futuro de todos.

Tomás Cortese, director

ejecutivo de la Fundación Plades

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