Una sociedad ajena a lo espiritual
Si la pandemia del coronavirus ha servido de algo, es para darnos cuenta que nuestra sociedad ha llegado a caracterizarse por el escepticismo y la incredulidad frente a todas las cosas, donde lo preestablecido toma el carácter de algo que debe considerarse como negativo. Todo es refutable, todo es relativo y rebatible. Para el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, esto es nihilismo, es decir, la pérdida total de valores. Esa cosmovisión está muy en boga en nuestros días, y ha resurgido para definir en muchos casos a la sociedad chilena actual.
Es asunto de mirar a nuestro rededor para saber que las cosas están lejos de ser perfectas, o que marchan por un buen derrotero. De hecho, a pesar de que se aclama la libertad como uno de los bienes más preciados, lo cierto es que la libertad del individuo está condicionada casi exclusivamente por el poder adquisitivo. Esto lo hemos podido apreciar en toda su magnitud a partir de la llegada del Covid-19 a Chile. Es decir, a más dinero y bienes materiales, mayor grado de libertad para las personas, incluso en medio de las cuarentenas sanitarias.
Así, la gente ha ido perdiendo la fe en todas las cosas, no simplemente en un "Ser Superior", sino que en muchos aspectos del sistema propiamente tal; se duda de las personas y hasta la familia ya no es del todo confiable. Esta situación en muchas partes del planeta es aplacada por la religiosidad, es decir, hay una fe y un gran peso moral que hace que la gente se comporte bien, aunque no sea por otra razón que la de "ganarse el cielo". Esto se nota en naciones que podrían considerarse más materialistas que la nuestra. En Estados Unidos, por ejemplo, la mayoría de los políticos de renombre, los intelectuales, o las personas comunes, hacen permanente referencia a su fe en Dios y demuestran su espiritualidad con acciones concretas. Esa fe los ha llevado a levantarse una y otra vez desde las situaciones más complejas o negativas, y surgir hasta las alturas. Qué diferente a lo que acontece en Chile.
Acá, las grandes mayorías sienten que no tienen que probar nada a nadie, y el orden moral está sujeto simplemente al ser humano como individuo, a la voluntad de cada cual. Frecuentemente, se esgrime la excusa de nuestra relativa pobreza económica para justificar esta grave falencia, pero es un tipo de razonamiento errado, pues son mundos apartes el material y el espiritual.
Ante una sociedad que enfrenta una severa crisis institucional y existencial como la chilena, no sirven la resignación o la indiferencia, menos aún el cinismo y el desprecio hacia los valores del espíritu. Se requiere, sobre todo, lucidez, discernimiento y equilibrio mental para poder mejorar el mundo en que vivimos, y aumentar significativamente nuestra dignidad como personas.