Después de varias semanas en que el ritmo de contagio de coronavirus en Puerto Montt venía presentando un alza sostenida, finalmente las autoridades decidieron aplicar una cuarentena en la comuna a contar de las 22 horas de mañana miércoles, en lo que se supone es la medida más extrema para frenar una escalada de infecciones que colocó a la capital regional como la quinta ciudad del país con más casos activos y, además, a poco de conocerse el brote masivo de covid-19 en el penal de Alto Bonito, hecho que al parecer fue lo que aceleró la determinación del Ministerio de Salud. Con esta declaratoria, Puerto Montt pasa a una nueva etapa, totalmente desconocida para sus habitantes, salvo por las experiencias que pudieran haber sabido de la cercana Osorno, que estuvo aproximadamente cinco semanas en esta condición en abril y parte de mayo.

La anunciada cuarentena representa también el fracaso de las medidas que sucesivamente fue decretando la Autoridad Sanitaria para contener el aumento de contagios. Desde que a mediados de mayo empezó a observarse un incremento de los casos, se habilitó una barrera sanitaria en la Ruta 5, entre Puerto Montt y Puerto Varas; una barrera sanitaria en la calle Antonio Varas (el corazón de aglomeraciones de personas en la ciudad); y la semana pasada, la restricción horaria al comercio, que ni siquiera alcanzó a cumplir el período de 10 días de prueba debido a la premura de la cuarentena.

Que se haya declarado la cuarentena en la capital regional es responsabilidad de las autoridades, por cierto, considerando el alza sostenida de infecciones que se prolongó por semanas, pero también de la comunidad, que a pesar de los insistentes llamamientos a quedarse en casa, repletó diariamente las calles y centros comerciales. Desde el jueves, la población tendrá que someterse a una estricta regulación para salir del domicilio, para lo cual tendrá que cumplir con los procesos administrativos correspondientes. Esta es la prueba final para evitar que el incremento de los contagios termine provocando el colapso de la red asistencial local.

Campañas de donaciones de ropa, cajas de abarrotes, ollas comunes y comedores sociales se han multiplicado por barrios y ciudades estas semanas, sustentadas por personas y organizaciones que colaboran en un afán de apoyar a sus vecinos en necesidad. Las autoridades hacen lo propio, gestionando y distribuyendo ayuda a los más vulnerables. Pero a unos 140 días de iniciada esta crisis, es evidente que la necesidad es mucho más de lo que se está logrando abarcar, en especial cuando no se vislumbra una fecha de término.

Los chilenos tenemos muchas vivencias de campañas solidarias post terremotos, aluviones, incendios, erupciones, el "terremoto blanco" de 1995 y un sinfín más, sin olvidar el apoyo histórico a la Teletón año tras año. Nos gusta reconocernos como un país solidario, donde apoyar estas causas puntuales es parte de nuestra idiosincrasia. Pero, ¿qué pasa cuando no hay una crisis puntual, sino una sucesión que deja al descubierto un contrato social, económico y medioambiental profundamente cuestionado? ¿Son la solidaridad y la empatía capaces por sí solas de rebalancear nuestra sociedad?

En un equilibrio precario como el actual -creemos- se generan oportunidades muy valiosas para el surgimiento de lo nuevo. La semana pasada iniciaron sus proyectos un conjunto de emprendedores financiados por Corfo y administrados por Incubatec Ufro. Se trata de un fondo de innovación social llamado "Manos a la Obra" donde los proyectos y personas que están detrás buscan transformar la energía solidaria propia en emprendimientos sociales sostenibles y, ojalá, estructurales.

Junto a muchas otras organizaciones de todo tipo coincidimos en que ha llegado el momento de trascender la solidaridad puntual para trabajar más de lleno en nuestra cultura y en hacer una sociedad más sostenible desde la base. Debemos construir entre todos una robusta conciencia colectiva basada en una redefinición de la sostenibilidad social, económica y medioambiental, llevada a los hechos gracias a un espíritu de innovación y colaboración llevados adelante a rajatabla.

Margarita Gross, Comunidades y

Comunicaciones de Fundación Plades