Martín Hopenhayn mira al mundo desde la cuarentena
Un cuarto de siglo pensando el mundo. Esas reflexiones contiene "Multitudes personales. Ensayos, crónicas, aforismos" (Ediciones UDP), el libro que acaba de publicar el filósofo y cronista chileno que ve Netflix y camina para aplacar el desasosiego.
Martín Hopenhayn ha publicado diversos libros y columnas en distintos medios nacionales.
Martín Hopenhayn nació en Nueva York, se formó en Chile y Argentina y su carrera la hizo haciendo clases en la academia y escribiendo columnas para medios periodísticos y ensayos para la División de Desarrollo Social de la Cepal. Suyos son los libros "Atajos para no llegar" (2014), "Del vagabundeo y otras demoras" (2006), "Crítica de la razón irónica: de Sade a Jim Morrison" (2001) y "Así de frágil es la cosa" (1999). Su nuevo libro, "Multitudes personales", reúne 25 años de ensayos, crónicas y aforismos.
Hoy, como casi todos, Hopenhayn como está en cuarentena. El confinamiento del filósofo partió a mediados de marzo y dice que vive su soledad sin mucho drama. Lo que sí -añade- es que le impacta ver a quienes viven la pandemia en la precariedad.
"Hay una contradicción que nos atraviesa a todos: y es que más que nunca se necesita ayudar. Y, lo único que se puede hacer por los demás, es no sumar eslabones a la cadena de contagio".
Dice que antes de que empezara el confinamiento más severo salía a caminar todos los días un rato para sosegarse y que ahora usa rigurosamente los dos permisos semanales que se conceden en la capital. "Anoto en mi permiso compras de supermercado, salgo con una bolsa en el brazo y camino un rato, muy lejos de las personas. Llego de vuelta a mi departamento con la bolsa vacía, pero con el espíritu un poco más lleno", confiesa.
En cuanto al tedio, afirma que lo visita poco pero que al caer la noche, sin el menor respeto, aparece el desasosiego en su alma.
Hopenhayn ha estado leyendo a Canetti, algo de Piglia y un libro sobre el Uruguay de fines del siglo XIX de W.H. Hudson. También dice que se ha vuelto adicto a Netflix y que cada noche cocina algo y ve una película o serie: no enganchó mucho con "Dark" pero sí le gustó "Karppi", un thriller finlandés. Cuenta que además ha vuelto sobre dos de sus películas chilenas favoritas: "El chacal de Nahueltoro" y "El pejesapo" y que escucha viejos blues, alguna balada y rock clásico y "lo que me propone Spotify cuando me tira el algoritmo encima".
Esta es su crónica sobre un tiempo crucial.
-Qué fue lo último que hizo en el mundo sin distancia social?
-Hice lo menos social: fui a perderme a la montaña por un día completo sabiendo que se venía un largo encierro.
-¿Qué ha aprendido en estos días?
-Que la soledad es un entrenamiento y un arte. Que los otros cuentan y el afecto manda. Que nunca es tarde para amigarse con uno mismo. Que por muy moderno o postmoderno que seamos, atravesar días y días en soledad y confinamiento se hace más llevadero si se ritualizan algunas actividades, con horas y espacios claros.
-¿Qué ha resultado bueno del confinamiento?
-El repertorio de utopías y distopías postpandémicas que la gente proyecta hacia el futuro desde la pandemia. Sorprende la variedad en la expectación. Por supuesto, me parecen positivas la valoración de la frugalidad, la conciencia del tiempo y el espacio, la pregunta por el sentido de nuestras vidas, la invitación a solidarizar ante una situación tan extrema y tan global.
-¿Ha tenido "coronasueños"?
-No, pero sí sueños dignos de coronarse. Anoche, por primera vez, soñé que venía de vuelta de una reunión de viejos compañeros de curso y al entrar a mi departamento me recriminaba por haberme expuesto ante un grupo grande. Me recordó cuando dejé de fumar y soñaba que fumaba y en el sueño me venía la culpa.
Por Amelia Carvallo
"Hay una contradicción que nos atraviesa a todos: y es que más que nunca se necesita ayudar. Y, lo único que se puede hacer por los demás, es no sumar eslabones a la cadena de contagio".
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