Al médico puertomontino Enrique Paris, de amplia trayectoria profesional y con numerosas redes en la zona, le corresponderá ahora encabezar la lucha contra el coronavirus, en lugar del reemplazado ministro de Salud, Jaime Mañalich. El cambio en la secretaría de Estado, protagonizada ayer en el Palacio de La Moneda con la presencia del Presidente Sebastián Piñera, ha colocado a un reconocido hijo de esta tierra a cargo del ministerio más importante hoy por hoy en el país, desde el cual tendrá que asumir la complejísima misión de articular los esfuerzos públicos y privados para mejorar la prevención de contagio del covid-19, intensificar el trabajo en red de los centros asistenciales y, en particular, darle un nuevo tono a la siempre difícil tarea de comunicar, que para cualquier gobierno democrático será, por mucho, la piedra de tope para muchas de sus pretensiones.

En una entrevista que le realizó el Diario El Llanquihue a mediados de abril pasado al ahora ministro, en su condición de integrante de la Mesa Social del Covid-19, Paris dejó meridianamente claras sus ideas sobre el coronavirus y el impacto que tendría en el país. Ya en esa fecha, cuando recién la población comenzaba a asimilar lo que sería el resultado del avance del virus, advirtió que la ciudadanía debía "entrar en modo pandemia", graficando el sentido de urgencia que tenía que animar a las personas para evitar contagiarse y exponer a los demás a una potencial infección.

En cuanto a las cuarentenas, el flamante ministro de Salud se manifestó partidario de aplicarlas en modo progresivo o rotativo, un planteamiento que sin duda ya debe estar en su mesa de trabajo para revisarlo y afrontar lo que serán las semanas más complicadas de la proliferación del covid-19 en el país, con el tan temido peak de contagios a la vuelta de la esquina y una red asistencial sometida a una intensa presión por el incremento de la demanda. El puertomontino Enrique Paris llega al Ministerio de Salud en un momento histórico que le exigirá una preocupación constante y, sobre todo, la capacidad de comunicar de manera clara y transparente el estado sanitario del país.

Una premisa fundamental para combatir el coronavirus a nivel internacional ha sido el aislamiento físico. Quedarse en casa, utilizar sólo los permisos disponibles en cuarentena y salir lo menos posible. Cuando el aislamiento de las personas se vuelve una necesidad para la autoridad nacional, emergen problemáticas sobre cómo hacer para que la inmovilidad de la población se desarrolle de la mejor manera posible.

Algunos datos ayudan a reflejar las contradicciones sociales entre aquellos que ven la inmovilidad como una opción que puede ser llevadera, y una mayoría que necesita de la movilidad cotidiana para llevar el sustento a sus hogares. Por ejemplo, según un estudio de la Universidad de Chile (2020), en el actual escenario la movilidad en Santiago disminuyó un 50% en comunas con mayor ingreso económico, mientras que en aquellas comunas de menor ingreso sólo un 30%. Asimismo, según la Organización Internacional del Trabajo (2020), casi la mitad de los trabajadores en Chile se emplea de manera informal.

Coleros de ferias, vendedores ambulantes, meseros, empleadas domésticas, albañiles y tantos otros que, producto de las restricciones de movilidad, se han visto en una encrucijada: quedarse en casa y esperar que alguna ayuda del Gobierno llegue, o arriesgarse a sanciones y posible contagio por desplazarse con el objetivo de trabajar para comer y pagar las cuentas básicas. Otra historia corresponde para aquellos y aquellas que por motivos egocéntricos vinculados a la recreación burlan la ley y la salud de la población, desplazándose libremente por las ciudades.

Para los trabajadores informales que viven en comunas de estratos bajos y muchas veces en condiciones de hacinamiento, la inmovilidad parece ser una opción lejana y relativamente difícil de cumplir, y no se trata de una lectura somera que implica actos de desacato, más bien corresponde a desempolvar una realidad que para algunos sectores estaba superada en Chile: la pobreza. La pandemia vuelve a recordar que para muchas personas está primero alimentarse que otros derechos igual de importantes.

Desde una perspectiva cultural y económica, se torna complejo incentivar la inmovilidad de los más necesitados sin una potente batería de políticas públicas que cubra las necesidades básicas hasta que la pandemia cese. El autocuidado es un deber para todos en este contexto, pero también necesitamos ser autocríticos y comprender que esta pandemia nos ha servido para develar aquellas desigualdades estructurales que nos hacían mirar con cercanía y mayor atención otros lugares del mundo, renegando muchas veces de nuestro entorno próximo.

Hernán Riquelme Brevis, investigador

de la Universidad Autónoma de Chile

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