Un antiguo proverbio africano reza así: para educar a un niño, hace falta la tribu entera. Breves palabras para indicar una verdad enorme. No se trata de que todos los miembros de la tribu tienen que participar directamente en el proceso formativo de un niño, ni que cada uno de ellos tenga un conocimiento específico que deba transferirle. Es algo más profundo y complejo. Consiste en cómo una sociedad coopera efectivamente para que cada niño y niña pueda ir haciendo la transición para llegar a ser parte integrante de aquella, incorporando sus valores y modos de vida, de manera que quiera y se identifique con su comunidad.
Todos los pueblos, sociedades, naciones y asociaciones de personas viven desde una cierta identidad común. Hay una memoria colectiva, valores que estimulan el presente y proyectos que miran al futuro que son más o menos comunes. Yerra el liberalismo a ultranza que pretende que cada uno construya su propia identidad desde sí mismo, sin conexión con el tiempo ni con el lugar. Yerra también el colectivismo que impone a cada persona una identidad forzada, sin respetar la originalidad de cada uno. Las sociedades más fuertes y sólidas son aquellas que logran una cohesión desde una identidad compartida, pues así ofrecen un acervo común que entrega las herramientas para superar las adversidades.
Las certezas que brotan de una identidad generan, por ejemplo, el emotivo y encendido discurso pronunciado hace unos días por Keisha Lance Bottoms, alcaldesa de Atlanta, Estados Unidos, quien, apelando a la responsabilidad cívica que respeta lo que es de la comunidad, exhortaba a no usar la violencia para protestar por la muerte por asfixia a manos de la policía del afroamericano George Floyd. Ella, afroamericana como él, supo priorizar desde una identidad.
La actual pandemia del covid-19 está poniendo a prueba nuestra sociedad, porque cuestiona el compromiso que cada uno asume para superarla. No es comprensible que muchas personas irresponsablemente no adopten las medidas que impidan o disminuyan el contagio, o que algunos usen esta circunstancia para posicionarse políticamente descalificando a otros. Corresponde ahora el compromiso, recurrir a aquellos valores que han forjado nuestra sociedad desde la dificultad, luchando todos juntos por el bien común, queriendo y sintiendo nuestro país y a sus habitantes como algo propio, como algo de todos.
Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt