En estos tiempos de cuarentena, la preocupación está centrada fundamentalmente en las medidas de autocuidado, en el riesgo de contagio y en la salud física de nuestra población. A partir de esta realidad, la salud mental ha ido tomando gran importancia. Así lo confirman los aumentos de casos de violencia doméstica, la agudización de patologías psicológicas previas o ciertos fenómenos que aparecen en el escenario de una mayor convivencia entre las personas. Todo esto está en la esfera de la patología, de lo que hay que sanar, pero ¿qué pasa con aquellos sentimientos que son normales y que experimentamos en circunstancias como las que estamos atravesando?
La soledad es uno de esos sentimientos que, en distinta medida, experimentaremos en algún momento durante este encierro obligatorio. Se define como el pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o algo. En este período de restricciones o prohibiciones todos hemos perdido algo: la convivencia con la familia, la posibilidad de reunirse con los amigos, encontrarse diariamente con los compañeros de trabajo, el poder salir libremente de nuestras casas, entre otras situaciones.
La soledad se vuelve más amenazante y potencialmente generadora de dificultades a nivel de salud mental cuando enfrentamos una situación de encierro en solitario. No son pocas las personas que probablemente les toca vivir así esta experiencia. Basta pensar en los adultos mayores que viven solos o aquellos que han tenido que realizar cuarentenas obligatorias en solitario lejos de sus familias por distintas circunstancias.
Debemos estar atentos, mirar nuestro entorno más próximo e identificar quiénes podrían estar sobrellevando esa soledad. Tenerlos presente a través de un llamado, un mensaje, ofrecer nuestra ayuda, un simple cómo amaneciste puede hacer la diferencia. Es fundamental entender que confinamiento no significa aislamiento y que entre todos podemos generar lazos de solidaridad para cuidarnos y apoyarnos, transformando la vivencia de soledad en experiencias de acompañamiento y encuentro.
Lorena Koppmann, psicóloga
clínica de Cenfa Puerto Montt