La serie de crisis internas y globales que padecemos en Chile nos dejan una sensación de descontrol o falta de ello. Nada parece estar a la mano, lo que estimamos como cierto y verdadero, no lo era, salvo como acuerdos sociales que funcionaron durante mucho tiempo.
Se requerirá una fortaleza emocional enorme y una decisión de confiar en el trabajo, que deberá estar fundado en una labor seria e impecable de las autoridades a cambio. Es eso lo que permitirá cambiar el estado de ánimo tan beligerante que ha caracterizado a la sociedad nacional durante los últimos años.
Estamos en una época de cambios que seguirán en pleno desarrollo por largo tiempo. Lo que damos por hecho no será ya lo mismo. Desde la democracia hasta cuestiones familiares, del trabajo, las relaciones de amistad y hábitos de consumo.
Puede ser difícil entender las transformaciones; ciertamente nos incomodan e incluso nos pueden causar enojo o irritabilidad, porque entendemos erróneamente que lo normal es la paz social, el respeto, la democracia, la salud, la libertad, son las aguas que debemos navegar por derecho propio, cuando en realidad, son un acuerdo complejísimo de múltiples conversaciones entre el pasado, el presente y el futuro.
En una sociedad muy determinada por el alto individualismo y la existencia de grupos muy heterogéneos y diversos, crear comunidad es más difícil, sin embargo es una tarea, un objetivo fundamental. Las soluciones pasan inevitablemente por el encuentro.
No es una necesidad como tantas otras. Se trata de una cuestión central y para ello se requiere el esfuerzo de todos.
La crisis social derivada del 18 de octubre y la pandemia del covid-19 nos muestra las fragilidades de las construcciones humanas y la dependencia de los otros. Por eso nos urge cambiar las consciencias y entender que el sueño colectivo de país es más urgente que nunca.
La sabiduría debe emerger de entre las autoridades y todos los que habitamos este país y el planeta, que cada vez se nos aparece más pequeño.