No hay ninguna duda de que la humanidad está asistiendo a uno de los tiempos más convulsos de toda su historia. Si hasta hace algunos años las crisis políticas, económicas o sociales podían estar delimitadas geográficamente y, además, exhibir una velocidad de avance tal que permitía, en ocasiones, su confinamiento; ahora el mundo se encuentra frente a una calamidad global y de alcances todavía insospechados. Lo que en diciembre del año pasado comenzó como una extraña infección que provenía de un mercado de una ciudad de China, ahora se ha expandido a todos los continentes, dejando a su paso una estela de complicaciones sanitarias y una crisis económica que tiene al orbe a las puertas de una recesión.
El mundo está cambiando aceleradamente, y lo que emerja a la superficie una vez que se logre contener el virus, será muy distinto a lo conocido. La masificación del covid-19 ha venido a trastocar de manera severa cada una de las certezas que se habían asentado en la humanidad desde mediados del siglo XX, en un proceso por el cual el país e incluso la región no han estado ajenos.
La primera señal se produjo en julio del año pasado en Osorno, cuando el vertimiento de petróleo en un pozo de captación de agua potable provocó que la ciudad permaneciera diez días sin el suministro. Aquello puso en tela de juicio el modelo de las empresas sanitarias, al punto que se evalúa la continuidad de la concesión. La segunda, ya a nivel nacional, partió en el Metro de Santiago y siguió en todo el territorio, dejando en jaque la capacidad del Estado para mantener el orden público y cuestionando los pilares del modelo político.
La aparición del coronavirus, por su parte, está poniendo en discusión dos cuestiones relevantes. Por un lado, las capacidades de los sistemas de salud de cada país para hacer frente a emergencias de esta magnitud, y por el otro, el concepto de libre circulación de personas, bienes y servicios entre las naciones. Ni hablar de los caminos que ya se han tomado en otras latitudes, en cuanto a realizar seguimientos digitales a las personas para chequear sus eventuales exposiciones al virus. Las certezas globales están puestas a prueba.