Nos enfrentamos a tiempos difíciles. Esta es la crisis social y política más relevante desde la vuelta a la democracia, la ciudadanía manifiesta su descontento en las calles y hoy, más que nunca, clama por ser escuchada.
Para mí el enemigo es la desigualdad, ya que los "buenos" indicadores socioeconómicos de nuestro país, han escondido durante años una realidad poco auspiciosa: en Chile los frutos y las oportunidades del progreso no alcanzan a todos por igual. En efecto, cuando el índice de desarrollo humano se ajusta por desigualdad, Chile deja de ser la copia feliz del edén o el famoso oasis. La desigualdad socioeconómica no se limita solo a aspectos como el ingreso y el acceso al capital o el empleo, sino que abarca además los campos como la educación, trabajo, pensiones, poder político, el respeto y dignidad con que son tratadas las personas.. Esto afecta en mayor grado a los más pobres, las mujeres, la población rural, las regiones extremas, los pueblos originarios y, ni hablar, de la diversidad sexual. La desigualdad perjudica al desarrollo, dificulta el progreso económico, debilita la vida democrática, afecta la convivencia comunitaria y amenaza la cohesión social. Reducirla no es solo un imperativo ético, es también una exigencia para la sostenibilidad del desarrollo de nuestro país. Abordar el desafío de reducir las desigualdades y la exclusión, requiere en primer lugar, entender sus causas, sus raíces históricas, sus formas de reproducción y sus consecuencias sobre la vida de las personas y en segundo lugar tener la voluntad política suficiente para tomar las decisiones necesarias. Todas las instancias de diálogos deben ser participativas y vinculantes para que, desde la comunidad, se levanten propuestas de soluciones profundas, que permitan avanzar a una mejor redistribución de la riqueza y disminuir las inequidades. Necesitamos un nuevo pacto social, corporaciones, fundaciones y ONGs nos hemos puesto a disposición del diálogo para generar canales con la comunidad, ya que los interlocutores de siempre son totalmente insuficientes y nadie tiene la facultad de sentirse ni apropiarse de la representación del otro, hoy los chilenos queremos ser escuchados.
Responsabilidades de los líderes gremiales
Lo ocurrido estas últimas semanas en todo el país no puede dejar a nadie indiferente. El país se ha remecido hasta sus cimientos y millones de personas han salido a las calles para dejar en claro que el modelo económico no le ha traído prosperidad a todos. Si bien la mayoría de las protestas han sido pacíficas, también han emergido violentas minorías que han causado el caos en prácticamente todas las ciudades del país. En la Región de los Lagos Puerto Montt y Osorno han estado entre las más afectadas, y en ambas ciudades se han vivido escenas de violencia urbana que si alguien las hubiera pronosticado hace un mes, le habrían dicho que cosas así no pasaban en el sur. No obstante, la mayoría de los paradigmas que conocíamos han cambiado por completo y nadie es capaz de vaticinar qué ocurrirá a futuro. Por lo mismo, no es un momento para medias tintas y refugiarse en la comodidad de la neutralidad. Por el contrario. La única forma de seguir funcionando como país es decir "basta" a la violencia, venga de donde venga. También es momento para que quellos que conducen organizaciones de distinto tipo, especialmente las gremiales, saquen la voz y asuman que deben ser líderes en el sentido puro de la palabra, la cual proviene del inglés to lead; es decir, dirigir o ir adelante. En el caso de los dirigentes gremiales, el liderazgo es un concepto mucho más amplio, que no se restringe a organizar a otros y citarlos a reuniones. Quienes tenemos responsabilidades gremiales debemos, entre otras cosas, buscar todas las posibilidades de disminuir la brecha de desigualdad que existe en nuestro país, para lo cual el ajuste del sueldo mínimo es ciertamente un excelente primer paso, pero no podemos restringirnos solo a ello. Es tiempo de abordar seriamente las externalidades negativas que generan distintos tipos de industrias, sobre todo a nivel mediambiental, y de comenzar a pensar en cómo dar el salto desde una economía basada en la extracción de recursos naturales, a una economía que produzca valor agregado y que no dependa de un solo commoditie, como es el cobre. Asimismo, debemos pensar en cómo dialogar, en cómo conseguir que la paz social y la institucionalidad se reinstauren de nuevo en el país, para que la economía vuelva a producir riqueza, y en cómo hacer que esta beneficie cada día a más compatriotas.
Eduardo Carmona Jiménez. Director ejecutivo