Mientras el propio Presidente Piñera en la ONU se refiere a la importancia de proteger el medio ambiente, en nuestro país, específicamente en la Región de Los Lagos, la Conaf mantiene en silencio una fiscalización que comprobó una tala ilegal de bosque nativo de 45 mil metros cuadrados, equivalente a seis estadios nacionales, en predios de la Hacienda Rupanco, perteneciente a la empresa Manuka. En diciembre de 2018, hace ya más de nueve meses, enviamos una carta al director regional Jorge Aichele, para denunciar esta situación. Sin embargo, hasta la fecha no hemos recibido una respuesta de la institución, pese a que la propia autoridad confirmó en su momento que acogió nuestro requerimiento. Cuando en Valparaíso despiden a un director de Conaf por oponerse a la "búsqueda de un tesoro" en el Parque Nacional Archipiélago Juan Fernández. Cuando la propia Conaf formó una alianza con el Ejército para plantar árboles y mitigar el cambio climático. Cuando se llama al mundo empresarial a participar de manera honesta y comprometida en la próxima COP25, definitivamente no se entiende el vergonzoso accionar de la Corporación Forestal en Los Lagos, amparado por el ministro de Agricultura, quien se niega a contestar oficios de fiscalización sobre esta y otras materias relacionadas. ¿A qué nivel llega el manto de protección? ¿Será que cubren a la empresa lechera, del empresario Nicolás Ibáñez, por su millonario aporte a la COP25? El caso de la tala ilegal, ya está en la justicia, debido a que Manuka apeló en la Corte de Valdivia a la multa solicitada por Conaf. Sin embargo, esta última continúa sin decir nada de forma pública, afectando a funcionarios honestos que no pueden cumplir bien su labor. Seguramente, si el involucrado fuera un humilde campesino que necesita mantener a su familia, terminaría con millonarias multas y compareciendo ante la justicia. Para cuidar nuestro medio ambiente y hacer frente al cambio climático, no bastan los buenos deseos ni vestirse de ecológico. Sólo las acciones concretas y sanciones públicas y ejemplares nos permitirán avanzar en ese sentido. Y, claro está, Conaf Los Lagos no está a la altura de las circunstancias.

Fidel Espinoza Sandoval.

Dentro de un acontecer cotidiano, donde por lo general predominan hechos negativos, que defraudan, desmoralizan y deprimen, surge -como un bálsamo de energías positivas, de recuperación de la fe en un mundo mejor, de ansias de imitar los ejemplos de generosidad-, aquella impresionante y conmovedora lección de amor solidario con el prójimo, que -al morir- dio recientemente la pequeña de 12 años Francisca Barrientos Cadagán, residente en Villa Santa Lucía, en la Comuna de Chaitén, Provincia de Palena.

La niña, que padecía de una malformación arteriovenosa, que acabó con su existencia, -según lo revela su madre-, había reiterado su deseo de que, al morir, diesen sus órganos a quien lo necesitase. Como increíblemente aconteció, siendo favorecidos cinco pacientes, uno de ellos de 8 años, en medio de la felicidad, esperanza e infinita gratitud de sus familiares, además de la admiración de sus compatriotas.

Fue la más noble, valerosa y convincente demostración de grandeza humana. Una prueba fehaciente de que un mundo insensible, egoísta e indiferente puede cambiar, si nos queremos, respetamos y ayudamos los unos a los otros, sobre todo en las más difíciles y dramáticas circunstancias. Lo que muy bien tenía asimilado la inolvidable niña Francisca, que, pese a su enfermedad, era una luz de optimismo donde estuviese. Además de no dejar de manifestar su voluntad de donar partes de su organismo, porque estaba plenamente consciente de que a través de su gesto podría dar vida a otros. Autoridades de Salud y organizaciones a cargo reconocen tan extraordinario gesto humanitario y anhelan que sea el gran ejemplo que estimule a la donación de órganos en Chile. Donde, no obstante los adelantos tecnológicos e iniciativas en el medio público y privado, ha disminuido esa caritativa disposición ciudadana. Mientras una enorme lista de pacientes espera por el soñado trasplante.

Francisquita, al morir, permitió la vida de otros y, de seguro, encendió una gran llama humanitaria.