Treinta y dos años se cumplen hoy -4 de abril- de la histórica visita que hiciera a Puerto Montt y a los sureños, el hoy santo Papa Juan Pablo II. Destaca en su trayectoria el rol que tuvo como el gran pacificador del conflicto chileno-argentino, al impedir una inminente sangrienta guerra entre dos países hermanos.
Por eso es que los habitantes de estos confines americanos recordamos hoy con tanto cariño y gratitud a ese extraordinario hombre, que esa soleada tarde abrileña navegó por las calmas aguas del Reloncaví, extasiado por la belleza natural circundante, mientras exclamaba su admiración por tan singular entorno marítimo. Para luego recorrer -en el papamóvil- una costanera abigarrada de público que, fervoroso, lo aclamaba, mientras él respondía bendiciendo a la multitud. Emociones que también revivirían en la santa misa, que presidió, y al pronunciar su homilía sobre los 500 años de la evangelización de América.
El 2 de abril de 2005, lamentamos el fallecimiento del pontífice amigo de los puertomontinos. Aquel triste día, se agitó, doliente, el mar de nuestra rada que suavemente lo meció en su regazo aquella tarde de su visita. Se ensombrecieron las nieves de los volcanes, que cautivaron la mirada azul del insigne huésped. Gimió su dolor canal Tenglo adentro, la brisa del sur que acarició su rostro. Y los pescadores, que él apreció con tanto cariño, quedaron sin ánimo para lanzar sus redes… Llorábamos la muerte de Juan Pablo II. El mundo había quedado huérfano del padre más querendón, protector, valiente y abnegado.
Sin embargo, ese angustioso pesar se transformaría en alborozada alegría, cuando el 17 de abril de 2014, el Papa amigo de todos era canonizado santo de los altares de la catolicidad universal.
Hoy, a 32 años de la visita de San Juan Pablo II, seguimos en deuda con él. La intención de perpetuar su memoria con una estatua de su persona en la costanera, no es más que un buen propósito. Pero que hoy deberíamos comprometernos concretar.