Por fin, hay un avance consistente, -al menos en la disposición de llevarlo adelante-, en cuanto al proyecto de habilitación de una estatua y plazoleta en homenaje al Papa Juan Pablo II y su histórica visita a Puerto Montt el 4 de abril de 1987. Cuando millares de puertomontinos y sureños repletaron la explanada costanera de la capital regional, para verlo navegar por la bahía y aclamarlo cuando avanzó en el papamóvil hacia el altar, donde presidió la eucaristía de los "500 años de la Evangelización de América". Y desde donde -con el cercano paisaje marítimo a su diestra- bendijo a los congregados y al terruño circundante.
Se supone que, por lógica, el sector natural más adecuado para emplazar ese concreto testimonio puertomontino de gratitud hacia aquel Papa, -elevado a la santidad en 2014-, que tanto hizo por la paz chileno-argentina y el entendimiento de los pueblos del mundo, ese espacio debería ser el mismo sitio, o aledaño a él, donde ofició la misa en aquella jornada. Es decir, junto al mar y el Museo que lleva su nombre, donde está la cruz que indica el lugar.
En cuanto a la efigie de San Juan Pablo II, lo fundamental es que sus escultores o quienes lo erijan hagan la estatua lo más fiel posible a la identidad física del recordado pontífice. Debe insistirse en esto, ya que en los últimos decenios ha habido algunos intentos artísticos locales de reproducir su imagen, con ese objetivo, pero sin lograrlo. Algún parecido había, pero no era fácil la identificación.
Debe insistirse, en consecuencia, en el caso de este monumento con la figura de referido Papa, que hay que replicarla lo más exactamente posible a la original. Y así no decaiga o deprecie en una suerte de esperpento o adefesio, que más que honrar provoque hilaridad y mofa.
Cabe observar, que este tributo urbano significará, también, un aporte importante a la calidad y ornato turístico de Puerto Montt. Una capital regional portuaria, cuyo bordemar digno es del realce que le infundirá la imagen de Wojtyla.