La tradicional conmemoración del Mes del Mar, a quienes habitan en los puertos, como el de Puerto Montt, les hace reflexionar en el imperativo de evitar la contaminación marítima, a través de la formación de una cultura de cuidado y limpieza del mar. Sobre todo, porque destaca entre las principales plataformas alimenticias del país y también en las exportaciones de productividad marina.
Es habitual observar las falencias locales en esta importante materia. Basta con esperar que bajen las mareas, para ver cuánta basura, no reciclable, arrojada a las aguas irresponsablemente, aparece entre las rocas y arenas de esas playas. Lo que es una prueba más de nuestra escasa valorización de la naturaleza que nos rodea y de lo poco que nos importa que se envenene y muera la fauna marina, además de perjudicarse -con ese desaseo ribereño- la presentación turística comunal y mostrarse un comportamiento descuidado, de desidia e incultura. Los desperdicios y desechos tienen sus depósitos públicos donde acopiarse, para ser procesados en los vertederos de rigor. Ese es el destino de las sobras y elementos en desuso -de la basura- y no el mar u otros lugares, que deben conservarse en las más óptimas condiciones higiénicas.
No extraña, por ejemplo, ver en el verano las playas de los balnearios con desperdicios aquí y allá. Y muchas veces, a pesar de la instalación de cercanos receptáculos. Mientras que en la bahía misma, junto a las riberas y enrocados, flotan variados despojos y suciedades, que revelan la reprochable mala costumbre de no depositarlos donde corresponde. Y así como se hacen esfuerzos por mantener limpia la ciudad en tierra, también hay que empeñarse en que ese aseo se extienda a nuestro mar.
Afortunadamente, en este aspecto hay buenos ejemplos que destacar. Como el de la Armada, que en algunas etapas del año invita -a estudiantes porteños- a limpiar las playas. Al igual que los empresarios salmoneros, que hacen operativos similares.
Cuidar el mar es proteger nuestra alimentación, subsistencia e identidad.